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Las brujas reviran
Porque desde pequeño aprendí a temerles a las brujas. 
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Jueves, 31 de Octubre de 2019

Recibí ayer un comunicado, a manera de arenga, de una agrupación que dice llamarse ABC (Asociación de Brujas de Cúcuta), en la que hacen planteamientos sobre su situación actual e incluso se meten a opinar sobre la ciudad, sobre la que hacen algunas denuncias. Doy a conocer el documento, por tres  razones fundamentales:  

Primero, porque soy respetuoso de las opiniones ajenas,  y soy amigo de la libertad de expresión. Podría decir, como repetía un locutor famoso: “Soy la voz de los que no tienen voz”. Y las brujas sólo tienen graznidos y escoba.

Segundo, porque desde pequeño aprendí a temerles a las brujas. El padre Astete, mi maestro de religión, enseñaba en su catecismo que “No hay que creer en brujas, pero que las hay, las hay”, y en Las Mercedes decían que ellas hacían brujerías, y que por eso muchas mujeres no conseguían marido, o algunos hombres perdían su virilidad de por vida, aunque vivieran comiendo caldo de venas. Grave, la brujería.

Y tercero, publico su mensaje porque lanzan una amenaza: que si no les publico su circular, se van a conseguir un megáfono y van a comenzar a decir cosas desde los aires. Yo, que ya sé de todo lo que es capaz de conseguir un megáfono, prefiero compartir (el término de moda) lo que me enviaron, para que no gasten pilas ni se les acabe la voz.  Entre paréntesis, haré las aclaraciones necesarias después de cada cosa que digan las miembras de la ABC. Al grano:

“Señor columnista: Como sabemos que su columna es muy leída y que usted es una excelente persona (muchas gracias), acudimos a usted para que nos sirva de vocero.

Las brujas no somos tan malas como dicen (me consta, hay brujas y brujitas muy buenas). Es falso que nos guste comer niños (dicen que también se comen a los grandes) y que el 31 de octubre celebramos nuestra noche con reuniones diabólicas,  gatos negros y perros sedientos de sangre. Falso que hagamos misas negras (no sé en el Chocó), ni que a la media noche montamos una coral de alaridos para asustar a los humanos. (Falso. Los que deben estar asustados son los gobernantes que perdieron las elecciones porque saben lo que les va pierna arriba).

Amor, (¿amor?) dígales a los cucuteños que nos dejen vivir en paz, que los curas dejen de predicar contra nosotras y que las viejas dejen de meterse en camisas de once varas. Lo único que hacemos es volar, mirar y chismosear. Nos escondemos detrás de las ventanas y de las cortinas para indagar la vida de los vecinos (¡brujas chismosas!) y después regamos el cuento de lo que vemos. Nada más. (¡Y todavía les parece poco!).
   
Dicen que nos vamos a los parques oscuros a ver a quién conseguimos para hacerles brujerías (ni que fueran venezolanas),  que les quitamos los maridos a las casadas (¡ni más faltaba!) y que de noche no dejamos dormir con nuestras bullas y carcajadas porque nos acaballamos en los techos de las casas a hablar con voces de ultratumba. 
   
Todas esas infamias y embustes son las que queremos que usted nos ayude a desmentir. Y si no lo hace, buscaremos algún megáfono para hacernos sentir (lo que les dije) desde los aires.
   
Estamos ofendidas, sí, porque nuestra fiesta ahora es de los niños y a nosotras nos dejaron con los crespos hechos como se quedaron los candidatos perdedores. Antes se llamaba el Día de las brujas, y ahora es el día de los muchachitos lombricientos, de tanto dulce que comen. 
   
Dígale, por favor, al nuevo alcalde que termine pronto el arreglo de las calles. Tanto polvo hace daño.  Y que lo felicitamos. Pero que se amarre bien los calzones y no se las deje manosear. Y si tiene que dar fuete por el culo pelado, que lo dé, sin contemplaciones (¡tan groseras!).”
   
Hasta ahí el comunicado. Yo sólo les respondo: Feliz día, mis queridas brujas, y déjense querer sin poner tanto problema. Amén. 

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