Presidente Gustavo Petro, usted ganó la segunda vuelta de 2022 gracias a la coalición que conformó con algunos partidos tradicionales y movimientos políticos de centro. Parece olvidarlo, pues con el revolcón ministerial de la semana pasada nos conduce a una crisis política sin parangón. En lo que queda de su mandato, a los aliados internacionales de Colombia les hará mucha falta la labor de ministros capacitados y experimentados, pero sobre todo independientes, que le hablen a su oído con sinceridad y se atrevan a decirle la verdad.
En dicha cita electoral, usted le ganó a Rodolfo Hernández por tan solo 0,44 %. La estrecha diferencia expresa la disconformidad de aproximadamente la mitad de la ciudadanía con el programa de gobierno del Pacto Histórico, su campaña política y su desprestigiado carácter. A diferencia de las elecciones de 2018, algunos moderados y tecnócratas actores políticos inclinaron la balanza en favor de usted, errático exalcalde de Bogotá, y le hicieron prometer moderación.
Fue así como usted dio su palabra de no expropiar tierras, desechó la idea de convocar a la Asamblea Nacional Constituyente y aseguró que materializaría la Constitución de 1991. Algunos escuchamos con escepticismo sus discursos, porque sabemos que su honestidad es cínica, y su transparencia, turbia. Cuando ganó, toda Colombia (la que lo idolatra y a la que atemoriza) guardó la esperanza de que no regresaría el Petro radical.
Ante las recientes decisiones del Gobierno nacional, conviene recordar estos antecedentes. En tan solo una semana, el colombiano Lucio Sergio Catilina traicionó a todos los que decidieron creer en su palabra republicana. Desde los partidos Liberal, de la U y Conservador hasta la ministra Corcho sufrieron la guillotina del Petro desenfrenado.
Dejándose llevar por su generoso ego, escuchando solamente las voces amables de los aliados de siempre, su gobierno pierde legitimidad. Es hora de que ponga en duda las alabanzas de sus sedientos copartidarios y caiga en la cuenta de que los riesgos que asume no los paga solamente usted. Los colombianos no tenemos por qué asumir las consecuencias nocivas de su malsana costumbre de deberle a todos.
Aunque su vanidad lo lleve a pensar que usted es la reencarnación de Alfonso López Pumarejo o de Carlos Lleras Restrepo, el narcisista velo que lo ciega es precisamente lo que lo aleja de los logros de estos personajes ilustres. Lástima por usted, pero sobre todo por Colombia. ¿Hasta cuándo abusará de nuestra paciencia? ¿Hasta qué límite llevará a nuestra democracia con su terca ingenuidad?
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