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Inteligencia artificial y sabiduría
Podemos tener agilidad para tratar y analizar los datos, pero estar fallando en la premisa fundamental: la IA debe ser para bien y no para mal.
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Miércoles, 1 de Octubre de 2025

No paran las consecuencias de la IA en nuestras vidas. En la cotidianidad, las entrevistas laborales son remplazadas por opiniones algorítmicas sobre aptitudes, cociente intelectual o formación de quienes aspiran a un puesto.

El entretenimiento depende de la IA para deportes, cine, viajes, música, escritura, literatura, apuestas o videojuegos. La compra diaria la hace una IA que sabe lo que falta, de qué marca y a qué precio. La inversión y la academia van asesoradas por ella.

La información de sucesos parroquiales, nacionales o mundiales tiene a los algoritmos compitiendo por una más completa y rápida versión de los hechos, y un incluyente análisis de causas, actores y consecuencias.

Los exámenes, diagnósticos médicos y enfermería, tienen ejecución y lectura crecientes por la IA, que ya identifica más de mil enfermedades. Pleitos judiciales y administrativos tienen jueces y abogados algorítmicos.

La lectura de poderosos instrumentos telescópicos y sensores se hace con ella. WhatsApp y celular la tienen para toda clase de asistencia. Delia, Sol en castellano, se llama la IA por primera vez en el puesto de ministra Anticorrupción del gabinete en Albania.

También hay suicidios incitados por la IA. Porno infantil. Exámenes de ingreso, alterados. Equivocaciones en diagnósticos y recetas médicas. Ataques con drones. Consejos financieros que llevan a la quiebra. Delincuencia en la red oscura y fakes en la clara.

Amoríos torcidos. Un tercio de la información factual que produce la IA es errada dice el NYT. Manipula campañas, sistemas políticos y erosiona la confianza en la democracia. Niños y mascotas son remplazados por hologramas inteligentes.

Los avances son buenos o perniciosos según su uso. En el caso de una IA, que tiende a la consciencia y al criterio propios, el factor ético sigue siendo la incógnita. ¿Cuáles son los valores y estándares de quienes programan el algoritmo que usamos? No está claro que solidaridad, compasión o autoestima, por ejemplo, lo hayan alimentado de manera determinante y “humana”.

Podemos tener agilidad para tratar y analizar los datos, pero estar fallando en la premisa fundamental: la IA debe ser para bien y no para mal.

El bien y el mal: quién los define y cómo. ¡La gran paradoja de la IA hoy, es la misma de los humanos de hace cuarenta mil años!

Las Pruebas Pisa alertan: en los colegios, la aplicación masiva de IA para comprensión de lectura genera descenso grave en la capacidad de los muchachos para entender textos en pruebas que excluyen su uso.

Delegamos en la IA, perezosamente, habilidades como recibir y entender conocimiento anterior o escribir con nuestra propia inteligencia.

No digo que en dos generaciones no sepamos entender un texto, pero sí que la vida de los nietos no será la misma. La invención de la calculadora electrónica no paró el avance de las matemáticas; pero que los más jóvenes casi no saben sumar, multiplicar o sacar una raíz cuadrada sin ella, nos consta a los abuelos.

¿Con la IA y la cuántica, así será el futuro? ¿Se nos olvidará pensar? ¿Solo sabremos accionar un dispositivo para buscar respuestas? ¿Ayudará a la creatividad humana o la debilitará? ¿La verdad seguirá siendo una meta de la especie?

Colombia no debate a fondo el papel de la IA en la sociedad. Así, recibiremos su influjo, especialmente en nuestros jóvenes cada vez más escasos, y no influiremos en su desarrollo. Por algo ese es tema central para líderes como León XIV o XI.

Dice la OCDE algo que llamó mucho mi atención: los jóvenes de países con la mejor educación y alta presencia de IA en ella como Japón, ahora tienen más limitaciones en las competencias no técnicas, antes llamadas blandas.

Colombia a pesar de un imperfecto sistema educativo, registra muy alta en esas competencias que permiten comportamiento ético mejor, relaciones interpersonales constructivas, duraderas, y gestionar las emociones. Es la sabiduría vital, esa que no podemos perder.


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