Raúl Prebish llegó a ser una especie de ídolo latinoamericano, condición escasa para un economista. Hoy Tomás Piketty sigue sus pasos de fama, aunque por supuesto más moderno y de mente más abierta. Nacido en la cuna de la independencia Argentina, fallecido en Chile en los ochenta, Prebish fue el máximo teórico del llamado desarrollismo que cautivó a América Latina y especialmente al Cono Sur en la segunda mitad del siglo XX. Predicaba la sustitución de importaciones para recobrar el equilibrio de los términos de intercambio, entre lo que él llamaba “el centro y la periferia”. Sus reflexiones lo llevaron a la Comisión Económica para América Latina, CEPAL, donde reinó durante década y media como Secretario y cuarenta años más como inspirador.
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Lo curioso de Prebish es que sea numen de la derecha y la izquierda, argentina o brasileña, colombiana o mexicana. Se puede usar su catecismo para justificar toda política autoritarista en materia económica, aunque decía tener “miedo del estado que todo lo hace”. El desarrollismo llevó a Brasil y Argentina a gastar más de lo que podían y a construír una infraestructura que si bien los modernizó, no fue suficiente para sacarlos de la pobreza. Fue solo hasta que la región se abrió al mundo descartando a Prebish, que pudo progresar de la manera dramática como lo ha hecho en estos primeros años del presente siglo. Sin embargo, la tesis Prebish-Singer sigue vagando por los laberintos regionales, como alma en busca de redención. Por la CEPAL han pasado pensadores económicos progresistas cono J. A. Ocampo que hicieron virar un poco su rumbo o como la estridente Alicia Bárcena, opinadora oficial de la región pero de dudosa efectividad. A Prebish lo usaron Alfonsín y Cardoso por igual.
Como premio pasó don Raúl hasta 1969 de la CEPAL a otro fantasma de nuestros días, la UNCTAD, Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, versión global de la CEPAL e instancia que fue archivada para bien del progreso de las economías emergentes. Al principio se creyó que la UNCTAD sería la gran herramienta de integración de los países en desarrollo a las corrientes mundiales porque en los setenta logró que el GATT, hoy OMC, aceptara el Sistema General de Preferencias Arancelarias, SGP, para mejorar el acceso de nuestros productos a los mercados desarrollados, pero muy pronto después se burocratizó y mamertizó. Hoy cuenta con medio millar de empleados en Ginebra, Suiza, y ochenta millones de dólares de presupuesto anual. Pero si preguntamos a la gente para qué sirve, nadie sabrá. Sin embargo, pide pista en este momento dudoso e incierto de la globalización.
En la sala de los pasos perdidos internacional y regional, la lista es larga: la ONUDI, Organización de la ONU para el Desarrollo Industrial, que no se sabe desde hace décadas qué hace; la ALADI, que terminó sirviendo para lo que no fue creada, los pagos entre miembros cuando hay dificultades y dejó de promover el comercio o la integración; el SELA, Sistema Económico Latinoamericano, cuya única virtud era tener a Cuba en alguna instancia multilateral regional después de su post-revolucionaria salida de la OEA, hoy ni suena ni truena; la Comunidad Andina de Naciones, CAN, a punto de revivir no sabemos si permanentemente, y que con miembros en manos de gobiernos serios podría ser el vehículo subregional más poderoso, más que el MERCOSUR cundido de pleitos y paralizado, para crecer integrándonos al mundo. Pensar que Venezuela sola la fortalece es iluso.
En lo político hay quienes, entre ellos nuestro Ernesto Samper, quisieran revivir a UNASUR, aquél organismo sucedáneo de Itamaraty, sede de la cancillería brasileña, que fue creado para revivir el sueño imperial de Marco Aurelio García y sus muchachos, cuando era asesor de Lula en la primera administración. Casi no salimos de esa. Ahora la quieren montar otra vez!
Instituciones sí, para aprovechar bien la modernidad.
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