A raíz de la anunciada reforma agraria, resurge la narrativa de que la ganadería “le quita” tierra a la agricultura. Se condena que la tierra fértil se use en ganadería de pastoreo, en lugar de producir alimentos, como si la carne y la leche no lo fueran; un sesgo inaceptable, sobre todo cuando se produce a partir de costosos pastos mejorados que deben sembrarse, regarse y abonarse como cualquier cultivo.
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Las cifras oficiales del IGAC sobre vocación de la tierra (2012) y de la Encuesta Nacional Agropecuaria sobre uso (DANE-2019), arrojan que hay 22 millones de hectáreas con vocación agrícola y se explotan 5,3 millones; y 15 millones con vocación ganadera y se explotan 39 millones. Pero hay otras cifras “oficiales”. Las de frontera agrícola (2021), de la UPRA - Ministerio de Agricultura, asignan 7,3 millones de hectáreas en agricultura, y a ganadería solo 28,6 millones.
Pero desagreguemos los 39 millones del IGAC. Primero: incluyen todo el “uso pecuario”, es decir, cerdos, pollos, ovejas, etc. Segundo: en Pastos y Forrajes, es decir, en ganadería, hay 28,9 millones de hectáreas, muy coincidente con la UPRA. Entonces, ¿dónde está la diferencia? En 7,4 millones en ¡vegetaciones!, que además de la “sabana” de arbustos y gramíneas perennes, pero de baja calidad, incluyen áreas de vegetación de tierras áridas o semiáridas; y sorpréndase, hasta ¡el páramo!
También de las 28,9 nos adjudican 8,6 millones en Malezas y Rastrojos, que el DANE define como tierras en descanso prolongado o abandonadas. Si una tierra está abandonada, ¿se puede afirmar que está siendo usada en ganadería? Seguramente, ese segmento estará en la mira de la reforma agraria, por lo que vale la pena detenerse en las causas del abandono.
En 1969 había sembradas 236.000 hectáreas de algodón, 328.000 en 1978 y 248.000 en 1991, hasta que la internacionalización atropellada -sí, señor Hommes- produjo la debacle. En 2020 se sembraron algo más de 8.000. ¿Qué pasó con la tierra? El que pudo se pasó a ganadería como “tabla de salvación”, y el que quebró, pues abandonó las tierras, que todavía se pueden ver en Cesar y Bolívar.
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En los sesenta, la Sabana de Bogotá brillaba en cebada. En 1971 el país sembraba 56.000 hectáreas y 54.000 en 1991. A partir de entonces, y por la misma razón, quebró la cebada y la tierra se volteó a ganadería de leche y floricultura.
Hay que sincerar cifras, porque no hay tanta tierra en ganadería, y la tierra no se dedica a ganadería por capricho, sino porque no hay condiciones para una agricultura competitiva. Yo sembré algodón por más de 20 años y, sin abandonar la ganadería, hoy lo haría si hubiera condiciones.
¡Ah!, pero además, según la UPRA del Ministerio de Agricultura (2021), Colombia no tiene 15, sino “27 millones de hectáreas aptas para ganadería”. Entonces, ¿cuál conflicto?
@jflafaurie
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