No sé por qué en la Cuaresma aparecen ciertos individuos fantasmagóricos, unos del más allá, otros del más acá, pretendiendo infundir miedo entre los que se topan en su camino de amarguras y soledades y resentimientos.
Los fantasmas se pierden por épocas. Tal vez se van a nutrir sus mentes (porque aunque no se crea, los fantasmas tienen mentes) de nuevas técnicas de espanto para tratar de hacer daño a quienes caigan en sus artimañas.
Leí hace poco que en algunos barrios de Cúcuta sienten por esta época la presencia de seres extraños, que hacen ruidos, que se quejan con gritos lastimeros y que infunden miedo. En ocasiones se les ve, entre llamas, como si fueran del infierno. Otras veces despiden rayos y centellas, y la gente corre a esconderse.
Algunos dicen que los tales fantasmas obedecen órdenes de otros seres que, de alguna manera, los inducen a realizar sus acciones maquiavélicas.
Recuerdo que, cuando muchacho, me decía mi mamá:
-No se quede jugando hasta tarde en la calle porque estamos en Cuaresma.
-¿Qué pasa con la Cuaresma? –le preguntaba yo, sabedor de que la cuaresma es un tiempo de viacrucis, de arrepentimiento, de ayunos y de abstinencias y de preparación para la Semana Santa.
-Porque los fantasmas aparecen por esta época y hacen daño –me respondía.
De modo que tocaba llegar temprano, a la hora del rosario y, más tarde, a la media noche, no pararles bolas a los pasos que se escuchaban en la calle o a los cascos de las bestias que sonaban sobre el empedrado.
Un cura amigo me aconsejaba:
-Si escucha algún fantasma, déjelo que pase, que él solito se estrella o cae al abismo de los condenados. Hágase a un lado y esquive su presencia, porque ellos lo que buscan es llamar la atención.
Parece que eso es lo mejor: dejarlos que se revuelquen en su propio mundo.
En Ocaña dicen que en cuaresma escuchan un jinete que pasa por Las Llanadas, por San Agustín y enrumba hacia Santa Rita. Se trata del fantasma de Antón García, según cuentan. Pero como ya nadie le hace caso, don Antón no infunde miedo y poco a poco va desapareciendo. Porque eso pasa con los fantasmas: pierden vigencia, y deben irse con su música malévola a otras partes.
Tampoco sé por qué los fantasmas buscan las iglesias y otras instituciones serias, en lugar de irse a vivir definitivamente a los cementerios. Tal vez los muertos los sacan de allí corriendo, que es lo que debe hacerse con todos ellos: correrlos a punta de agua bendita y exorcismos.
Dicen que por donde pasa el diablo va dejando un olor nauseabundo, a azufre, a pecueca concentrada. Lo mismo pasa con los fantasmas. Será por eso que muchos se refieren a cierta clase de fantasmas como dicen ahora los muchachos: ¡Ese es mucha pecueca!