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¿En qué momento se le corrió la teja a Maduro?
Los papás lo mandaban para Cúcuta donde unas tías de apellido Moros, que vivían en el barrio Carora. Los amigos en Cúcuta lo llamaban veneco.
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Lunes, 11 de Marzo de 2019

Me pregunta una amiga que desde cuándo se empezó a deschavetar Maduro, y yo contesto:  La cosa comenzó desde que Nicolás era Nicolasito o Nico, como le decían sus familiares, cuando apenas era un niño barrigoncito, fornido y buscapleitos. Colombiano de nacimiento (Cúcuta, Colombia),  sus papás se lo llevaron muy niño para Venezuela, donde se radicaron en busca de fortuna. En la escuela venezolana sus compañeritos se burlaban de él por ser colombo, lo miraban por encima del hombro y le hacían eso que ahora llaman bulin. Además el muchachito era muy flojo para el estudio y en su mochila llevaba siempre un camioncito de palo, de esos que el otro día regalaba el Niño Dios en diciembre.

En vacaciones, los papás lo mandaban para Cúcuta donde unas tías de apellido Moros, que vivían en el barrio Carora. Los amigos en Cúcuta lo llamaban Veneco, lo que le ofendía porque cuando eso él se sentía colombiano, y varias veces se lio a trompadas con quienes le mamaban gallo gritándole: coño, vale, chamo y verguero.

Así fue creciendo con un problema que los sicólogos identifican como “conflicto de identidad”, “el yo y el súper yo” (Véanse Segismund Freud, Herbert Spencer, Jairo Clavijo…), algo así como lo que dice alguna canción: “No sé ni de dónde vengo, ni pa dónde voy”, o “Ni chicha, ni limoná”, como dice otra.

La cosa se agravó cuando, ya grande, quiso buscar trabajo. En Venezuela no lo conseguía por ser colombiano, y viceversa, en Colombia tampoco por ser venezolano. El habla lo delataba. Sacó la cédula colombiana,  aprendió a manejar y muy pronto consiguió trabajo de camionero en Cúcuta.    Pero su sueño era ser chofer del metro en Venezuela.

Así que, a punta de ruegos, testigos de dudosa credibilidad y algunos bolos, sacó la cédula venezolana, sin mostrar registro de nacimiento porque no lo tenía de ese país.  Manejó camiones y buses, y un día se le cumplió su sueño: lo engancharon en el metro de Caracas, como ayudante, chofer suplente y luego en propiedad. 

En ese momento sintió que había cogido el cielo con las manos, renegó de su nacionalidad colombiana y se volvió venezolano de tiempo completo, pero el conflicto de identidad lo siguió carcomiendo por dentro (Ver otra vez los sicólogos ya dichos, en especial Clavijo).

Se metió al sindicato de choferes, se afilió a la izquierda y viajó a Cuba donde hizo cursos de socialismo, de manera que cuando se hizo amigo del finado Chávez, ya el renegado cucuteño sabía hablar de plusvalía y de lucha de clases y de antiimperialismo y cantaba la Internacional. A pesar de todo, en su mente y en su interior se seguía dando la pugna entre el ser y el deber ser, tema también de sicólogos, filósofos y educadores.

Parece que estos enfrentamientos mentales  van desquiciando a cualquiera, e hicieron mella en Maduro cuando se vio, por decisión del comandante antes de partir al viaje sin retorno, gobernando un país,  algo para lo cual no estaba preparado. Y lo que es peor,  se vio rodeado de amigos, de aquellos de los cuales dice el refranero: “Con amigos así, para qué enemigos”. Que, a cada rato, lo empujaban a la olla y después no lo ayudaban a salir.

El bueno de Maduro dejó de ser bueno, empezó a hablar carajadas, a meter las patas cada vez que abría la boca y el mundo entero se reía de sus locuras, que poco a poco dejaron de ser locuras lingüísticas para ser locuras reales. 

Sabido es que una de las características de cierto tipo de locuras, como la de Maduro, es la de hacer lo que le ordenan los que están a su lado, y de volverse copietas como cualquier muchacho de colegio. Por eso cuando el presidente Guaidó anuncia un concierto, él anuncia otro concierto. Guaidó convoca a una manifestación, y él convoca otra el mismo día y a la misma hora. Otros gobiernos  anuncian el envío de ayudas humanitarias a Venezuela y él anuncia el envío de ayudas a Cúcuta. Alguien le aconseja ordenar racionamiento de energía y él ordena un apagón total de horas y de días. Síntomas todos de que no está en sus cabales. O como dicen los tratadistas: anda más loco que una cabra.

Yo lo lamento por mis amigos venezolanos, que los tengo y muchos. Y, en nombre de mi ciudad, les presento excusas por haberles mandado un presidente de lo peorcito que se da por estas tierras. Porque aquí hemos dado lumbreras como Francisco de Paula Santander y el padre Rafael García Herreros, y algunos locos como el Loco de los tarros y la loca María, cuyas locuras no les dan ni por los tobillos a las de Nicolás.

Así que a mi amiga le respondo que eso de la locura fue todo un proceso que fue creciendo “como crecen las sombras cuando el sol declina”.

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