Llegó abril. Cuando los refranes se cumplían, éste era un mes de lluvias mil. De pronto, en medio de un solazo, se desgajaba un aguacero el macho. Cuando menos se pensaba, comenzaba a lloviznar, pero el sol, aunque mojado, seguía alumbrando.
“Lloviendo y haciendo sol, son las gracias del Señor”, decían los campesinos. El cielo se adornaba con un arcoíris hermoso, que, a veces, se veía cercano, tan cercano que a los niños nos provocaba ir a tocarlo y a robarle algunos colores para pegarlos en el cuaderno y sacar un cinco en dibujo.
Eran los tiempos de antes. Abril se esperaba con paraguas a la mano o un pedazo de plástico o algo que sirviera para protegernos de la lluvia que en cualquier momento llegaba. Eso era seguro porque abril tenía palabra de hombre y no era un vulgar promesero.
Sin embargo, como van las cosas, y de acuerdo con el calendario Brístool, da la impresión de que este abril va a salir con un chorro de babas. Dios no lo quiera, porque estamos secos y sedientos, el Pamplonita se nos empedregó, y los bañistas de El Zulia salen más untados de arena que de agua.
Abril tiene cosas buenas, como las vacaciones de Semana Santa, el natalicio del general Santander (que hoy precisamente se celebra) y el día de aquel tipo que enloqueció de tanto leer, el día de la Secretaria y el día de don Alonso Quijano, alias Quijote. Lo único malo son las lluvias traicioneras, pero para eso existen los paraguas.
Los fabricantes y vendedores de paraguas aún tienen la esperanza de que abril vuelva por sus fueros, que no haga quedar mal el refranero y que se venga aunque sea con lloviznas.
Del paraguas dicen que lo inventaron los chinos hace una montonera de años, antes de que Cristo viniera hasta nosotros. Antes de Cristo, dicen los historiadores. Puede ser, porque los chinos de antes se dedicaban a inventar vainas útiles para la vida. Los de ahora se dedican a hacer zapatos que se despegan en cualquier abril lluvioso.
Lo cierto es que el paraguas no fue un invento de Dios. No he visto una sola imagen de Adán y Eva cubriendo su empelotudez con un paraguas, cuando tuvieron que salir pitando del Paraíso, por ponerse a hacer porquerías. Con el paraguas se hubieran protegido del agua y de los rayos y centellas que les caían.
Sea lo que sea, el invento del paraguas fue excelente. No sólo para esquivar el agua que cae, sino como arma de defensa. Dicen que hay paraguas cuyo mango es un puñal que en caso de peligro se puede sacar y usarlo en defensa propia. Otros usan su mango encorvado para engarzar del cuello al malandro que le acaba de robar el celular.
Pero también sirven de bastón, es decir, una tercera pata, para los que cojean o les pesan los años o arrastran los pasos. Es más elegante llevar un paraguas que un palo de escoba para sostenerse.
No hay que confundir paraguas con sombrilla. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra. El nombre lo dice todo. Para aguas, el uno. Para sombra o sombrita, el otro. No importa que sean del mismo color o del mismo tamaño. La sombrilla se usa en verano y el paraguas en abril.
Por sus paraguas los conoceréis. Si lo llevan colgado del brazo, el tipo es elegante y de mejor familia. Si se apoyan en él, el hombre busca un punto de apoyo no para cambiar el mundo sino para no caerse. Y si lo lleva abierto, es porque ya comenzaron las lluvias de abril.