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El trompo de poner
El político santandereano de gran bigote y que no pudo ser presidente.
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Viernes, 6 de Noviembre de 2020

En la ya lejana infancia el juego del trompo era una de las más populares distracciones para los ratos de ocio. Era barato y se realizaba al aire libre; no tenía distinciones de clase social, raza, color político ni religioso. Al final del recorrido el perdedor era obligado a poner el trompo para que el contendor lo despedazara con certeros golpes del “herrón”. Por supuesto que el trompo para el sacrificio salía de otro bolsillo del pantalón y era un trompo viejo que había sobrevivido a cruentas batallas anteriores. Era el trompo de poner.

Acaba de abandonar este mundo cruel, el político santandereano de gran bigote y que no pudo ser presidente. De brillante y trémula oratoria, se paseó por todos los rincones del país ya sea proponiendo sus ocurrencias propias o apoyando las de su tutor político. Su gran capacidad para manejar tanto el tema político como el intrincado mudo de la administración pública, lo llevaron hasta las altas esferas del manejo de país. 

Lo que no supo calcular y que lo llevó hasta la peligrosa orilla del delito, fueron sus compinches y aduladores que bien escondidos y disfrazados de adalides de la democracia lo empujaron a realizar componendas que no supo o no quiso esquivar en su momento.

El compinche mayor, bogotano de rancia alcurnia y anchas espaldas, si supo aprovechar al fogoso provinciano que buscaba encaramarse en los altos sitiales de la administración pública. Lo utilizó como se solía hacer durante las tristes épocas en  la edad del inicuo feudalismo donde el tirano rey montado en su brioso corcel, iba acompañado de sus incondicionales y leales escuderos quienes al primer berrido de su rey hacían y deshacían sin reparos. 

Pues así se conformó una de las aciagas maniobras  políticas que llevaron al rey hasta la presidencia con los detalles ya conocidos y ya olvidados con el inexorable paso del tiempo; la podredumbre del narcotráfico se infiltró y finalmente puso su valiosa ficha en lo alto del poder. Aquí es donde entra en acción el escudero y con su sermón, vibrato incluído, defendió lo que ya era vox populi; le quitó el peso de sus anchas espaldas y le sobró discurso para defender al entonces flamante y truculento ministro de defensa hoy perdido en el fango de la impunidad. 

Habiendo cumplido su dura misión el escudero se dedicó a recoger lo sembrado; a reclamar el tiempo invertido en parapetear una de las mayores estafas y burlas a un país enfermo y vacilante por la inoperancia del paquidérmico y corrupto aparato judicial.

No pudo recoger ganancias; unos se murieron, otros se fugaron o arreglaron con la justicia. Su intento por encaramarse en la cima del poder en varias oportunidades fue fallido; el pueblo, herido, no lo acompañó cobrando así lo que le habían quedado debiendo.

Paz en su tumba.

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