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Columnistas
El recuerdo de Miguel Uribe
La tristeza que el país entero exhibía ante los funerales de Miguel Uribe, era también la misma que exhibió ante en desfile fúnebre de Galán.
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Viernes, 15 de Agosto de 2025

Tuve la fortuna de conocer y tratar a Miguel Uribe; desde hace varios años nos encontrábamos en el ejercicio matutino; también en la casa de su prima Wilma Zafra Turbay, con quien tengo una muy estrecha amistad. Aprendí a observarlo con detenimiento, no solo en su comportamiento personal, sino en la actuación de su vida pública, que desde temprana edad emprendió.

Era un joven alegre, que irradiaba una energía positiva en medio de una sencillez asombrosa que se reflejaba en sus gestos, en su manera de vestir, en el trato con los demás, en la forma en que irrumpía en cualquier escenario; siempre estaba ávido de conocimiento: buscaba datos, oía con atención a sus interlocutores, hacía muchas preguntas y con una enorme sonrisa en donde se identificaban el afecto y la cordialidad, procedía a opinar con una capacidad didáctica sorprendente en donde demostraba con creces toda la experiencia adquirida, a pesar de su corta vida.

Le ocurrió como a Luis Carlos Galán, quien parecía entender que su vida iba a ser corta y que tenía que aprovechar hasta el último instante para aprender cosas y para desplegar acciones. Tal vez por eso alcanzó a prepararse en prestigiosas universidades, a ser concejal, presidente de la corporación, secretario de Gobierno, senador de la República y candidato presidencial.

Pero le ocurrió también como a Galán, fue brutalmente asesinado, como si este país no estuviera en capacidad de asimilar los liderazgos tempranos y las oportunidades de emprendimiento para la transformación. A Galán le faltaba un pasito para ser presidente; a Uribe tal vez dos, pero ambos hubieran podido serlo y el país hubiera tenido la oportunidad de nutrirse de sus liderazgos, de sus capacidades, de sus deseos de transformación.

La tristeza que el país entero exhibía ante los funerales de Miguel Uribe, era también la misma que exhibió ante en desfile fúnebre de Galán: la imagen del padre de Miguel Uribe, destrozado y languidecido ante el cadáver de su hijo, era la misma que presenciamos de Mario Galán Gómez sobre el cuerpo abaleado de Galán.

Y el país entero soportando ese dolor, exclamando impotente su angustia y sufrimiento, y pensando quizás en lo horrible que significa contemplar el imperio de los criminales, de los asesinos de la esperanza. Ya lo había dicho el maestro Guillermo Valencia frente al cuerpo apuñalado de Rafael Uribe Uribe “el país está sintiendo los dolores de una amputación”.

Recojamos la voz serena y reflexiva del cardenal Rueda “Reconozcamos sinceramente que estos son tiempos de empobrecimiento ético y de polarización agresiva que nos arruina… se requiere que cada persona ofrezca lo mejor que lleva dentro”. Los que quieran insistir en ofrecer lo peor, merecen el repudio nacional. 


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