Lo que hizo el ingeniero Miguel Peñaranda más que tomarse unos tragos, y después conducir irresponsablemente en estado de embriaguez, es poner en evidencia lo que viene diciendo mucha gente en todos los niveles de Cúcuta hace varios meses: el fracaso de esta administración que recibió en octubre de 2019 una oportunidad políticamente histórica, un mandato popular refrescante, que en su momento fue una sorpresa electoral en Colombia, y lo que hizo por incompetencia y falta de liderazgo ha sido la de echar al cesto de la basura esa oportunidad. Para Miguel Peñaranda, en estos días de desenguayabe y antes de ir a visitar a un sicólogo conductista que le enseñe a ser responsable y que le hable de algo de ética - al menos debió tener la entereza de renunciar -, su borrachera muestra esos momentos de lujuria que tiene el poder cuando personas como él han traicionado a Cúcuta, que ante todo muestran la decadencia de una administración, a la que lo que menos les importa es el estado de la ciudad, el lamentable estad
o de la vías, la violencia, lo que dice la ciudad del costo del contrato de lo adoquines que se hacen en el centro. Pero nada de eso es importante, primero el alcohol y la lujuria.
El ingeniero Peñaranda debería en estos días, después de la salida del sicólogo, leer algo de lo que escribió Dante Alighieri en la obra la Divina Comedia, que habla de los 9 círculos del infierno, en el que caen los hombres que no pueden controlar sus vanidades y a quienes el poder los obnubila, y allí encontrará que el segundo círculo precisamente es el de la lujuria, en la que predominan la riqueza, la abundancia y la vida frívola. Según Dante, en ese círculo se encuentra Cleopatra, de tal forma ingeniero, que cuando se encuentre a esa hermosa mujer no le hable del contrato de los adoquines, porque ni ella entenderá cómo así que una ciudad en la que el estado de sus vías es lamentable, a la administración no se le ocurre sino dizque embellecer el centro. Es como si en una casa se invierte una gran suma para instalar un costoso aire acondicionado, mientras el techo está tan deteriorado que está por caerse.
Lo escribió en el Espectador el pasado jueves un exfuncionario de esta administración, el doctor Arturo Charria, ante la negativa a renunciar del ingeniero: “Es cierto, alcalde. También estamos viviendo un mal momento quienes creímos en su proyecto y en sus palabras, y nos equivocamos al elegirlo a usted”
Lo peor de estas vanidades, alcohol y lujurias es lo que viene el año entrante: el alcalde que elegiremos el próximo año. A los “zurrones” que derrotamos hace tres años, ahora por culpa de la incompetencia y esas vanidades, están envalentonados y ya tienen no solo un candidato, sino varios. Y ahí está su argumento fácil, efectista y contundente: ahí tuvieron 4 años y mire como está la ciudad, peor. Mejor lo que había antes. Como me lo decía una prestante persona muy cucuteño desencantado de la ciudad, “ahora los zurrones son ellos”. Hago la salvedad que algunos secretarios y funcionarios de la administración tratan de hacer con responsabilidad y decoro sus funciones. Lo que sucede es que el daño que se hizo ha sido muy grande, y peor aún, ese cuestionable e impudoroso respaldo de los alcaldes del área metropolitana.
Hacía mucho tiempo no veíamos la ciudad tan mal, carente de liderazgo. El mejor termómetro es la palabra de los taxistas. En estos días he hablado con cinco de ellos, y a todos los han atracado. Coinciden en el mal estado de las vías por cualquiera de los barrios en los que se circule, y todo ello, mientras seguimos proyectando la Cúcuta del 2050. En esa no creen ni los zurrones de antes.