Nueve de las diez empresas de mayor valor en el mundo (incluyendo Apple, Alphabet, Amazon y Microsoft) son compañías que producen cosas que no se pueden tocar con las manos, es decir, son principalmente conocidas por sus servicios y productos digitales o basados en software. Aunque algunas de estas fabriquen productos físicos (como teléfonos o computadoras), gran parte de su valor y éxito se debe a aspectos intangibles que valoran sus compradores.
Cualquier libro de economía que esté medianamente actualizado coincidirá en que la razón de que esto sea así es el cambio en la economía global hacia una era donde el trabajo físico vale cada vez menos y el trabajo intelectual (o mental) vale cada vez más. En la economía del conocimiento, es mucho más costoso el trabajo realizado por un consultor en planificación estratégica, que el desarrollado por una persona organizando archivos y documentos, en una empresa. Así la segunda labor tome más tiempo, el que realiza la primera genera mejores ingresos.
Esto es una realidad, pero a la vez una paradoja. Al mismo tiempo que el trabajo físico vale cada vez menos y el intelectual más, también se vuelve más difícil (es todo un reto), lograr que las personas comprendan el valor de lo que se produce intelectualmente. Y esto, queridos lectores, y lo digo con gran nostalgia, es parte de las razones que explican el ocaso de los periódicos y los medios tradicionales.
Nunca pensé que este día llegaría (sabía que era posible, más nunca quise que se materializara), pero el pasado sábado 26 de enero conocí la noticia de la venta de este diario, La Opinión, ante un comprador misterioso, y no podía ser otro el tema de esta columna.
Me entristece mucho la noticia, pero me preocupa aún más el trasfondo, y es que muy pocos están dispuestos a pagar por leer una noticia o conocer las intríncalas de un entramado de corrupción. En Colombia, sólo el 14% paga por noticias online, y aunque el costo de vida es una excusa común, la realidad es un desinterés generalizado. La gente prefiere gastar en entretenimiento como series, contenido sexual explícito en plataformas como Telegram, o apuestas online, pero no en informarse sobre lo que ocurre en el mundo.
Consideremos las suscripciones: Netflix cobra $27.000 mensuales y la cuenta de Only Fans de Cintia Cossio $89.000, mientras que La Opinión solo $109.125 al año, o $9.000 mensuales, lo que equivale a trescientos pesos diarios por noticias locales. A pesar de esto, la gente no muestra mucho interés.
Esto no es una crítica al consumo de sexo, las apuestas ni el entretenimiento, sino al hecho de que como sociedad no queremos estar más educados, a pesar de que tengamos los medios para hacerlo, nos interesa producir dinero o encontrar satisfacción sin mayor esfuerzo (ni trabajo ni físico ni intelectual).
Finalmente, es cierto que el acceso gratuito a noticias a través de redes sociales ha creado una comunidad en línea para los medios, pero esto no genera ingresos. Esta forma de consumir noticias, aunque conveniente, implica un riesgo: sin periodismo de investigación, nos faltaría información relevante. La publicidad por sí sola no basta para sostener equipos periodísticos completos (reporteros, fotógrafos, artistas gráficos y audiovisuales, entre otros).
Poco se sabe de la nueva era de La Opinión, pero lo que es claro es que se necesita un medio que logre desafiar los prejuicios de sus lectores y sea capaz de incentivar el pago por noticias, aunque con audiencias como la nuestra, receptoras pasivas, crédulas e irreflexivas de la información, va a ser muy difícil.
Quizás se multiplicarán mucho más los ‘medios digitales’ a los que podemos acceder gratuitamente, pero sin medios de comunicación con investigaciones serias, ¿de dónde saldrá el contenido para que ellos publiquen en sus redes sociales?
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