El cambio de dígito en el año hace que colectivamente se sienta un ambiente transformador, lleno de posibilidad y buenos augurios. Aplica para el trabajo, el estudio, el aspecto físico, nuestro equipo de fútbol del alma, y por supuesto, la política.
En el caso de la política, 2024 viene con dos ñapas místicas: Año bisiesto y cambio de gobierno. Sin embargo, cuando se siente que viene febrero los ciudadanos empiezan a sentir el guayabo financiero de la navidad, el pago mínimo de la tarjeta de crédito se acerca más al salario mínimo de lo esperado, los uniformes y la lista de útiles escolares aprietan a los papás y las alzas de la gasolina sumadas a la inflación aumentan la presión en los hogares y pareciera que el aire para respirar escaseara.
Con ese estrés, real y tangible para todos los cucuteños, se acaba la energía del año nuevo y comienzan las reprimendas en redes sociales para los mandatarios, los emojis negativos y los memes caen en chubascos y la popularidad se desploma. Es normal, le pasó al exalcalde que había sido elegido con treinta mil votos más que su contendor y como en Dark, “va a suceder otra vez”.
Pero no va a pasar nada más allá de ese bajón de energía, el estatus quo se mantendrá e incluso, se fortalecerá, como lo demostraron las elecciones pasadas. La respuesta del por qué está en el fútbol.
El caso de la ilusionada que nos pegamos el año pasado con el Cúcuta Deportivo nos ayuda a entenderlo: queremos ver triunfos, pero nos negamos a ver la realidad del negocio que hay detrás. Ni porque hayan vivido seiscientos déjà vu van a pensar, porque sólo quieren sentir, aun conociendo perfectamente el juego que tienen las directivas del equipo. Y así somos en política, la gente vuelve y cae, una, y otra, y otra vez. Pero no es culpa de ellos, ya que los mamíferos tenemos necesidades emocionales, no sólo físicas o del contexto, con relación a nuestra supervivencia: Necesitamos la ilusión.
La diferencia entre el Cúcuta Deportivo y Cúcuta como tal es que con una sí podemos hacer algo, mientras que con la otra yaper. Los hinchas, en el caso del equipo, saben el juego que las directivas del Cúcuta Deportivo tienen, saben que ponen a jugadores mediocres a hacer minutos en los partidos para ‘ponerlos a valer’ independientemente de que tengan un mal desempeño para el equipo, saben que bajo esa estructura de negocio su equipo del alma nunca va a ascender, pero no se cansarán de alentar a un equipo que nunca les va a dar la gloria que tanto anhelan.
En la “sangre de indio” no cabe dejar de apoyar su equipo a pesar de lo que las directivas del Cúcuta hacen, no van a dejar de comprar los abonos, ni de ir al estadio porque saben que en sus manos no está el poder de cambiar las cosas.
Sin embargo, la mejor hinchada del país ignora que en donde sí pueden cambiar cosas es donde no sienten ni un ápice de pasión, que es por la política. Si entendiéramos que la política está en todas partes, que no es ajena al médico especialista prestigiosísimo que tiene su consultorio full de pacientes 360 días del año, que influye en la vida del tendero, que incide en el costo del mango que nos comemos en la calle, o que la política puede cambiar un barrio de tranquilo a rumbero y ruidoso; le prestaríamos más atención y seríamos más pasionales y deseosos de luchar por mejorarla, por participar, por hacer parte.
Cúcuta necesita una ciudadanía que demuestre con su voto y acciones que no es manipulable pero que, sobre todo, es capaz de hacer cosas con, sin o a pesar de los políticos. Pero somos todo lo contrario, aquí quisiéramos que por pagar el predial hasta nos regaran las matas que tenemos en el porche. Y ni siquiera con el cambio de año cambiamos, ¿o será que este año sí?
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