
Antes de iniciar con mi artículo, quiero agradecer a Don Cristian Verbel, director general de nuestro querido diario La Opinión, la invitación que me hizo para participar como columnista cada quince días.
Dentro de seis meses, el 8 de marzo, el 31 de mayo y el 31 de junio de 2026, se da inicio al calendario electoral en Colombia con las elecciones a Congreso y primera y segunda vuelta presidencial, si la hay.
Es verdad que pocas veces como ahora, los colombianos no divisamos con claridad, en el panorama político, una figura que pueda asumir la Presidencia el próximo siete de agosto de 2026. Se habla de más de setenta el número de candidatos y candidotes presidenciales. Y, ni que hablar de las centenas de aspirantes al Congreso que, sin duda, aparecerán en los próximos meses.
Todo lo anterior, considero nos debe llevar a la reflexión del por qué ese fenómeno. ¿responde esto a la madurez política y garantías democráticas que ofrece nuestro país? ¿está tan devaluado el ejercicio de la presidencia por lo que hemos visto en los últimos años que, hoy, cualquier “perico el de los palotes” se siente capaz de administrar un Estado cada vez más complejo como el nuestro? ¿cuántos de esos cientos de aspirantes al Congreso llegan de verdad preparados y con el ánimo de contribuir a la grandeza de la patria o simplemente buscan asegurar su futuro económico y el de tres o cuatro de sus generaciones, mediante los negocios que hacen con los gobiernos?
No debemos dejarnos llevar por la inercia de tantos años y resignarnos a elegir personas a las altas esferas políticas, por el voto negociado.
Próximamente, la Registraduría Nacional y los partidos políticos comenzarán a hacer “pedagogía electoral”; la pedagogía mecánica, por ejemplo, de cómo marcar un tarjetón. Pero poco o nada, se ocupan de hacer educación política.
Esos espacios, que no llenan ni el Estado ni los partidos políticos, deben tomarlo con urgencia los colegios, especialmente con los jóvenes de los últimos dos años y, sobre todo, las universidades. A estas últimas, deben invitarse a los principales actores políticos, una vez se vaya depurando el grotesco número de aspirantes presidenciales. Y, los docentes, procurar abrir el debate en las aulas de clases sobre lo que se plantea y discute como propuestas programáticas, para los distintos sectores. Contribuir a educar, a instruir a los muchachos sobre los temas sensibles para la sociedad; que cada materia de clase, se ligue con cada tema de Estado.
Temas, hay a granel, muchas reformas pendientes: a la justicia; la seguridad; la economía; los derechos humanos; el ambiente; la infraestructura física; la contratación pública; la reforma agraria, en fin, todo lo que conforma la estructura estatal.
Se deben proponer materias electivas u optativas que engloben esos temas que harán parte de la agenda de gobierno, de tal manera que ilustren el criterio de esos jóvenes, muchos de los cuales serán votantes por primera vez. Que bueno que lleguen a las urnas con un criterio bien formado y selectivo, para atajar al mentiroso.
Miguel Catalán, en su libro “Mentira y poder político”, dice: “La percepción de que el cuerpo político miente con mayor frecuencia que la sociedad en general se remonta asimismo a lejanos tiempos. Glosando los ardides del emperador romano Septimio Severo, Edward Gibbson nos recuerda que el mundo siempre se ha mostrado más indulgente con las argucias de los hombres de Estado en el ejercicio de su cargo que con las tretras de los particulares en sus transacciones privadas”.
Debemos reconocer que esto último ha ido cambiando en Colombia y por ello, la importancia de, cada vez más, educar en la política.
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