La última semana toda Colombia ha sido testigo y víctima de una cantidad de escándalos y situaciones grotescas de corrupción, nepotismo y ante todo, humillación de la inteligencia ciudadana, dando por sentado que el conglomerado social es ignorante y no se da cuenta de lo que realmente está pasando.
Lo que más preocupa es ver que quienes tienen la misión constitucional de liderar y de respetar las instituciones nos están dividiendo, quizás como estrategia para mantener un régimen que avanza de manera desesperada a lapidar la democracia. Estamos perplejos frente a la división entre la marcha de la muerte y la marcha del cambio, entre los vagabundos ladrones y los salvadores de la patria, y entre buenos y malos. Al final, el grupo de poder debe arrasar como sea con el contrario.
Esto no es nuevo, se conoce a nivel internacional como discursos de odio y muchas veces son utilizados como estrategias para mantener el poder sobre lo que sea. Van acompañados de diferentes denominaciones, casi todas violentas y confusas: coordinadoras de las fuerzas populares, colectivos chavistas, primera línea, camisas negras, etcétera.
Pero ¿qué es un “discurso de odio”? Según las Naciones Unidas, en el lenguaje común, la expresión "discurso de odio" hace referencia a un discurso ofensivo dirigido a un grupo o individuo y que se basa en características inherentes (como son la raza, la religión o el género) y que puede poner en peligro la paz social.
Estos discursos se construyen basados en designar chivos expiatorios, crear estereotipos, estigmatizar y utilizar un lenguaje despectivo.
Se utilizan a menudo como base de teorías conspirativas (golpes blandos), así como de desinformación, negación y deformación de acontecimientos históricos como el genocidio. La historia nos recuerda algunos casos emblemáticos, como el régimen nazi, el cual adoptó leyes y normativas para destruir los medios de comunicación independientes alemanes, sustituyéndolos por medios impresos y radiofónicos controlados por el Estado que difundieron el discurso de odio y el antisemitismo; utilizando estereotipos racistas y desinformación junto a otras falacias. Las campañas de los medios contribuyeron de forma crucial a normalizar los crímenes atroces. Esto facilitó el holocausto, la persecución y aniquilación planificada y sistemática de alrededor de seis millones de hombres, mujeres y niños judíos, al menos, medio millón de romaníes. Este acto no empezó con las cámaras de gas, sino con el discurso de odio contra una minoría.
Otro caso ocurrió en los años 70, en Camboya. El movimiento Khmer Rouge de Pol Dot lanzó una intensiva campaña de propaganda para movilizar las zonas rurales de la población y hacerse con el poder. El discurso de odio convirtió sistemáticamente a los intelectuales, opositores y residentes de ciudades, pero también a las minorías étnicas y religiosas, en los "enemigos" del pueblo camboyano.
Se calcula que entre 1,5 y 2 millones de camboyanos murieron bajo el régimen de Khmer Rouge, entre 1975 y 1979. En Rwanda, décadas de tensiones entre las distintas etnias intensificaron la expansión de rumores sin fundamentos y la deshumanización de los ciudadanos de etnia tutsi. Esto se vio reforzado por la difusión de propaganda de odio mediante la infame Radio Télévision Libre des Mille Collines (RTLM), que incitaba a la mayoría hutu a asesinar a sus conciudadanos tutsis.
Todos los ejemplos históricos han terminado mal. La división quizás funcione como arma política, pero una vez las masas son adoctrinadas, desatado su furor y fuerza, ya nada las detiene, sólo cuando se dan cuenta que no hay reversa y todos quedamos aniquilados. ¡Más sensatez antes de dar discursos de odio!