El mes pasado recomendaba a mis alumnos y amigos tres libros que entiendo ya se agotaron en la Librería Panamericana: “Virgilio Barco el último liberal”, escrito por Leopoldo Villar Borda, “La llamada de la Tribu”, de Mario Vargas Llosa e “Historia Mínima de Colombia”, de Jorge Orlando Melo.
Inverosímil, pero en Cúcuta, solo se vendieron los diez libros de la biografía de Virgilio Barco Vargas que llegaron a la librería mediante la información que impulsamos por las redes, cuando quedaban cinco. No saben los cucuteños lo que se han perdido, en esa caminata interesantísima de la formación del hombre más importante de esta tierra de Dios en el siglo pasado. Mucha información desde su abuelo que no conoció, el general Virgilio Barco Martínez, combatiente de la Guerra de Los Mil Días del lado conservador y del abuelo Justo L. Durán del lado liberal en la misma guerra. Su niñez, su infancia y adolescencia en estas calles y avenidas, su posición económica de la que nunca presumió, su formación profesional en el Instituto Tecnológico de Massachussets MIT en Boston, sus experiencias de la época, incluso la de vivir, sin dejarse impresionar, en el mundo del gran Gatsby que describe F. Scott Fitzgerald. Sus amores y sentimientos. Una biografía a la que solo le faltó el olor y el sabor a cují y a la cabre
ra, a los afectos y franquezas, que solo puede trasmitir un escritor de estos riscos y no un chocolatero bogotano.
Pero bueno, hay un capítulo en la biografía de Virgilio Barco, que es el que me motiva a solicitar al señor alcalde, que se adquieran 19 volúmenes para obsequiar a los honorables concejales de Cúcuta. Hay dos capítulos: el de la vida pública (Barco renunció a todo por ser un hombre público), de la página 81 a la 89 y el capítulo de La Alcaldía que va de la página 162 a la 185).Y es que el que fue un hombre público, eminentemente técnico, transformó, cambió y modernizó a la vieja Bogotá con los conceptos de planificación y valorización, algo que solo vinimos a descubrir domésticamente nosotros, con la gerencia pública de Ramiro Suárez Corzo, que le cambió la cara a la ciudad.
Y es que hace ocho días, unos concejales, aspirantes a la Alcaldía de Cúcuta, montaron una escandola contra el señor alcalde, antitécnica desde el punto de vista hacendístico que es lo más panorámico, para reducirlo a un concepto simplemente presupuestal que es específico y relativo. Especulación que hacemos aquí, ya que reducen los escenarios y esos temas merecen institucionalizarse. La valorización es una cultura.
Digo que la valorización, pese a ser un tema que se introdujo a la normatividad colombiana en el año 1921 en Bogotá y que luego el Gobierno Nacional extendió a los niveles territoriales, aquí hasta ahora la estamos descubriendo. La valorización es una cultura.
Esta es la historia. Si miramos las más importantes obras realizadas en la ciudad desde mediados del siglo pasado, casi ninguna, hasta Ramiro Suárez Corzo, la realizamos por valorización.
En 1955, con ocasión del suramericano de Básquet Ball, que ganó Uruguay, la nación mediante gestión del general Rojas Pinilla nos entregó la primera gran avenida de doble carril y separadores que denominamos avenida Rojas Pinilla, ahora Diagonal Santander. No nos costó un centavo y le dio mayor valor a su entorno. Luego, en 1959 la Nación con el presidente Lleras Camargo y el ministro Virgilio Barco, rompieron uno de los cerros del occidente de la ciudad y prolongaron la Diagonal Santander con la nueva avenida que llamamos autopista a El Zulia y a lado y lado nació la ciudadela de Atalaya y sus más de 30 barriadas. El municipio de Cúcuta no invirtió un peso y se valorizó todo el entorno. No nos costó un centavo. Al mismo tiempo, la Nación con Lleras Camargo y Barco Vargas, rompieron los cerros del oriente y nos prolongaron la Diagonal Santander construyéndonos lo que hoy llamamos autopista a San Antonio y se urbanizó el sector, sin que el municipio de Cúcuta y Villa del Rosario aportaran un peso para su realización. Sobra agregar que se valorizó todo el entorno que involucró el valle del rio Táchira. (Continuará)