Alguna vez recordé en esta columna que, a mediados de la última década del siglo XX, cuando el presidente César Gaviria Trujillo terminaba su periodo presidencial, se vislumbraba en el panorama político colombiano que durante los próximos cuarenta años la contienda por la supremacía liberal sería entre César Gaviria Trujillo y Ernesto Samper Pizano. Luego del gobierno de Ernesto Samper Pizano, que sucedió a Gaviria Trujillo, se presentó el escándalo del Proceso 8000.
Al terminar el periodo de Samper Pizano, Gaviria Trujillo tenía reconocimiento internacional, y Samper, estaba debilitado políticamente, luego del citado proceso, que, dicho sea de paso, acabó con su prestigio político y el Partido Liberal no volvió a ser opción de poder.
Luego del gobierno del expresidente conservador Andrés Pastrana Arango (1998-2002), que fue una especie de gobierno-puente entre dos siglos y dos realidades políticas, se presentaron una serie de hechos políticos que no permitieron desarrollar el vaticinio de los cuarenta años de dominio liberal entre Gaviria y Samper y, además, prácticamente debilitaron la fortaleza de las dos colectividades históricas protagonistas en el escenario político: la aparición de un político popular como lo fue entonces el hoy expresidente Álvaro Uribe Vélez y la subsiguiente reelección, la desbandada de unidades liberales a otras formaciones políticas nuevas, las tres aspiraciones presidenciales fallidas de Horacio Serpa Uribe que, hoy se sabe, no representaba intereses políticos democráticos, el apoyo del presidente Uribe Vélez al candidato Juan Manuel Santos con la zafada de este y su reelección, entre otros.
César Gaviria Trujillo fue proclamado en 2005 como director del Partido Liberal Colombiano, hasta la fecha, con alguno que otro receso, como cuando lo dirigieron Simón Gaviria Muñoz y Rafael Pardo Rueda. Hay que reconocer que Gaviria hizo lo que le correspondía: tratar de reunificar el partido y convertirlo en opción real de poder.
El hecho de que internamente se librara una batalla para tratar de imponer tendencias ideológicas entre lo que deseaba el jefe del partido, César Gaviria Trujillo, de ubicar la colectividad en el centro, y los que anhelaban la tradicional orientación socialdemócrata y de centroizquierda, le resta fuerza a la intención de reunificar el partido liberal. Es cierto que la socialdemocracia y la centroizquierda las consignan los estatutos de la colectividad, pero, como tendencias que enriquecen el ideario liberal y no como postura radical, que es lo que propugnan muchos, entre ellos un expresidente liberal.
Hace pocos días, entre el 31 de octubre y el 1 de noviembre, se celebró en el Centro de Convenciones de Cartagena la convención del Partido Liberal. Independientemente de todo lo que ello implica lo cierto es que el protagonista durante los días previos y los días de sesiones fue el gobierno nacional, porque buscó por todos los medios apoderarse de la dirección del Partido Liberal, con la participación de elementos que se dicen liberales y realmente pertenecen a ese embeleco que ahora llaman eufemísticamente “progresismo”.
El expresidente César Gaviria Trujillo se ve disminuido físicamente, pero saca fuerzas de donde no hay para que el Partido Liberal no caiga en manos de felones. La comandancia de un partido político se la disputan integrantes o facciones de la misma colectividad, pero lo que sucedió en la convención liberal de Cartagena es cosa de locos, según leo en un diario antioqueño: “César Gaviria vs. petrismo: así va la disputa por el control del Partido Liberal”. Es decir, la dirección del Partido Liberal se la disputaban los liberales y el Pacto Histórico. ¡Hágame el favor!
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