Hay nalgas bonitas y nalgas feas.
Nalgas escuálidas y nalgas rechonchas.
Nalgas tersas, hechas para la caricia, y nalgas pellejudas, nacidas para la vergüenza.
Las hay voluminosas y las hay sin contenido.
Hay nalgas que despiertan apetitos y nalgas que producen rechazo.
A veces se encuentra uno nalgas redondas como una naranja, o cuadradas como una mesa, o de varias caras como un paralelepípedo.
Nalgas hay peludas y nalgas lampiñas.
Incluso, existen nalgas que parecieran no existir. Pero sí existen. Sólo que se camuflan para despistar al enemigo.
Hay nalgas que excitan, con su bamboleo al caminar.
Y nalgas frígidas, hechas para los conventos y grupos de ascetas.
O dicho de otra manera, existen nalgas pecaminosas y nalgas beatas.
Son distintas las nalgas que se ven en un prostíbulo –según dicen los entendidos- de las que se ven en las casas de retiros espirituales.
En la calle se ven nalgas desafiantes, que amenazan a los transeúntes con sus ritmos de guerra y posturas de gallos de pelea.
Pero también las hay pacíficas, que ya hicieron entrega de sus armas y caletas, y sólo esperan el veredicto de la historia.
Dicen los que saben de la materia, que hay nalgas cantarinas, nalgas bailadoras y nalgas rezongonas.
Para bien de la humanidad, hay nalgas que rebosan salud. Pero también abundan las enfermizas, que están a un paso de irse al otro lado, donde las espera la gloria, o el fuego y el rechinar de dientes.
Y aunque no lo crean, también existen nalgas patrióticas, como las del Libertador Simón Bolívar, que las gastó cabalgando cerca de noventa mil kilómetros, como quien dice, más de doce vueltas a la tierra. Esas sí fueron nalgas llenas de heroísmo y patriotismo.
Sin embargo dice Manuelita Sáenz en su libro Memorias de atrás, que las nalgas de Bolívar eran, además, callosas, poco atractivas y hasta descorazonadoras y desilusionantes. Vaya uno a saber por qué lo decía.
En síntesis, hay nalgas para todos los gustos y devociones.
Lo de extrañar es que haya gente que se vanagloria de sus propias nalgas, sin tener motivo para vanagloriarse, sin ser reinas de belleza. Alguien les dio coba en ese sentido y cada vez que tienen la oportunidad las muestran, con cualquier pretexto, para que el mundo entero las vea y los que no saben de nalgas las aplaudan y les tomen fotos y las pongan a circular por las redes sociales.
Y más de extrañar aún, es que tales nalgas, así sean raquíticas, hemorroidientas y temblorosas, tengan sus seguidores, sus áulicos, sus defensores.
Supe, alguna vez, de un personaje, de cuyo nombre no quiero ni acordarme, que se creía educador y resolvió educar a sus estudiantes, mostrándoles el trasero. ¡Qué se podía esperar de aquellos alumnos, educados bajo la influencia de unas nalgas!
Después, el mismo personaje se hizo parlamentario, y un día solemne decidió callar a sus compañeros, que estaban en el relajo de siempre, mostrándoles sus nalgas fláccidas, paliduchas y granulientas.
Hoy, Colombia afronta una nueva división, ya no por motivos políticos, ni sociales, ni ideológicos, sino por un trasero: los que se lo admiran, se lo veneran y hasta se lo quisieran besar; y los que lo rechazan de plano, por feo, por pellejudo y porque produce náuseas. Es decir que, como decían nuestros abuelos, vamos de culo p’al estanco.