La oportunidad electoral que ofrece la democracia en lo que respecta a Cúcuta debiera alentar la posibilidad de generarle a la ciudad una nueva dinámica de desarrollo con calidad para la existencia de quienes la habitan. O mejor, un crecimiento óptimo en todo cuanto tiene que ver con la vida.
El surtido abanico de candidatos a la Alcaldía debiera convertirse en un fluido ejercicio de propuestas de todo cuanto hace parte del tejido cotidiano de la comunidad: el trabajo productivo, la salud, la educación, la seguridad, los servicios públicos, la administración de lo público, la protección del medio ambiente, la infraestructura vial, deben estar en el interés de quienes buscan acceder a los cargos de elección popular. Eso llevaría a medir el conocimiento que tienen en cuanto a la función de gobierno.
Hace falta esa implementación. Ayudaría a salir de dudas, con el fin de que los ciudadanos tomen conciencia para ejercer su derecho a elegir. Podrían superarse dudas e incertidumbres o hacer que la participación en los comicios estuviera alumbrada por la certeza.
Se llega a esta inquietud ante el pesimismo expresado por el abogado Edgar Cortés en su columna publicada en La Opinión el pasado domingo. Él considera que los resultados de la administración del alcalde Jairo Yáñez llevarán a un desenlace negativo y en su previsión pone como ganador al movimiento liderado por el exalcalde Ramiro Suárez.
Los cálculos de Cortés seguramente provocarán inquietud, pero su apuesta podría no tener todo el peso que se le asigna al líder señalado. En el repaso de la carrera política de Suárez se llega a la conclusión de que el único elegido a la Alcaldía de Cúcuta con su padrinazgo es César Rojas. Otros candidatos que portaron su divisa no alcanzaron a llegar. Tampoco en el Concejo cuenta con curules propias. Las coaliciones que maneja provienen de incentivos propios de la viciada mecánica política.
Es necesario romper las estrecheces de la política parroquial a fin de que se proceda en lo electoral con ánimo democrático articulado a un cambio con resultados económicos y sociales para superar los malos indicadores que tiene Cúcuta. Hay que erradicar el simplismo y pensar en grande, en desmontar los factores de la pobreza, de conformismo, de insularidad. Hay que impulsar un proceso orientado a reconocer a quienes tengan mejores condiciones para gobernar la ciudad con un programa que responda a los anhelos de una comunidad que quiere contar con condiciones sostenibles de bienestar.
No es ocioso tomar como referentes positivos lo que fueron la batalla de Cúcuta en 1813 y la empresa de la reconstrucción de la ciudad tras el devastador terremoto de 1875. Acciones históricas surtidas con el aliento de líderes que pensaban con recia lucidez.
Se debe emprender una acción pública en función de lo perdurable. Es lo que se merece el pueblo, al cual no se le puede seguir reduciendo a los caprichos deleznables de egoísmos y mezquindades que no dejan sino minucias vulnerables, rastros borrosos, como réplica de desatinos políticos. También es tiempo de pensar en una cura al pesimismo.
Puntada
La narrativa política de Miguel Uribe Turbay no tiene la seriedad que debiera corresponder a su investidura de senador. Son palabras que salen más del odio que del conocimiento.
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