
Colombia definitivamente es un país de “chispazo”. Las emociones y los problemas, por más graves que sean, tienen una duración fugaz. Esa condición que ha prevalecido por décadas, definitivamente ha contribuido a la situación de inseguridad y de caos por la que atraviesa la mitad del país. Nos llenamos de estupor ante acontecimientos dramáticos, que al poco tiempo se olvidan y que incluso nos acostumbramos a ellos.
El gobierno se rasgó las vestiduras ante la crisis en el Catatumbo. No se sabe todavía cuántos son los muertos, mientras que los desplazados y confinados todavía están ahí. Se designa a un alto y experimentado oficial del ejército para que asuma las operaciones, después de que el estado por años se replegó y cedió el control a los grupos armados. Pero eso ya se olvidó.
Hasta el punto de que uno de los grupos de bandidos, afirma paradójicamente que ha asumido en el Catatumbo la defensa de la población civil. Lo lamentable es que eso se sabía y que las medidas de emergencia son tan sólo paños de agua tibia, ante un hecho conocido por todos, especialmente por los nortesantandereanos.
Algo parecido sucede en el Chocó, en donde grupos armados desde hace tiempo pugnan por las rutas del narcotráfico, por la minería ilegal y la migración. No sería imposible que para paliar la situación se adopten medidas similares a las que se han tomado respecto al Catatumbo. ¡Cómo se reirán los chocoanos colmados de promesas incumplidas desde hace décadas!
Hemos estado de buenas de que el Chocó no haya pedido la anexión a Panamá. Como sucedió con Nariño y parte del Cauca a principios del siglo XIX cuando solicitaron al general Juan José Flores, el hombre fuerte del Ecuador, su anexión a ese país, hastiados de las guerras y de las confrontaciones entre caudillos en las provincias granadinas.
Curiosamente la mayoría de estas crisis se concentran en la periferia del país. En las fronteras nacionales y en las costas de la república. No solamente se deben, como ahora, a la lucha entre grupos armados por las rutas del narcotráfico, sino a la indiferencia manifiesta sobre el mar y las fronteras que los gobiernos y el país miraban casi que con desprecio.
Lo importante después de cada elección presidencial era y sigue siendo tener como dice el bambuco “Una curul en la democracia”. Podía ser en la aduana, muy apetecida desde hace varias décadas, o en cualquier otra entidad. Una de las más pretendidas era y sigue siendo el servicio exterior.
Naturalmente que recomendar no es un delito. Pero las retaliaciones por no acceder a las múltiples “recomendaciones” eran muchas y sutiles. Desde citaciones al congreso, hasta bloqueo de leyes y discretas labores de desprestigio ante los medios de difusión.
Lo más complicado es que las crisis están cantadas. Muy bien los acuerdos de paz con los grupos armados, pero entre más acuerdos con todo tipo de prebendas continúen, más grupos surgirán con cualquier nombre que se quieran poner.
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