Aunque ustedes no lo crean, yo me carteo con el Niño del pesebre. Le tengo una devoción especial. Le pido cosas y Él me las concede, aunque a veces se demora un poco. Yo entiendo que mis tiempos son distintos de Sus tiempos, y que mi fe a veces patina, pero en ocasiones me ha tocado reclamarle, y el Niño apenas me sonríe desde la cuna, con una sonrisa medio mamadorcita de gallo, y entonces yo me contagio de su risa y reímos los dos, aunque sus carcajadas celestiales sólo las escuchamos Él y yo. Mi mujer, cuando me escucha reír solo, dice con cierta angustia: “¿Se enloqueció o qué? Con razón…” y no termina la frase.
Pero otras veces, el Niño, cuando quiere tirarme las orejas, me escribe, tal vez para que quede constancia de lo que me dice. Sucedió hace poco, a raíz de que empezamos a desbaratar el pesebre. Me envió un mensaje a mi WhatsApp, que hoy público, con el perdón de las directivas del periódico:
“Mi apreciado Gustavo (nótese que me dice “mi”, lo cual me enorgullece):
Veo que han empezado a desbaratar el pesebre, desde donde los acompañé desde principios de diciembre del año pasado. Y aprovecho para hacerte algunas observaciones sobre ciertas fallas o metidas de pata -como dicen ustedes en la tierra-, que espero no se repitan en futuras oportunidades.
No me gusta ni cinco que le metas política al pesebre, porque vi, que con una imaginación futurista, metiste en Belén un helicóptero, que no se conocían en épocas de mi infancia. Y no me refiero sólo al anacronismo, sino al hecho de que el aparato llevaba un letrero “Dapa”, y llevaba sólo una pasajera de color moreno. Tú y yo sabemos a quién te referías. No te hagas el machete. O como dicen allá en tu tierra: “No te hagas el toche”. El pesebre no es un escenario político y no quiero que lo conviertas en motivo de gozadera de la oposición. Lo mismo con el avión que pusiste lleno de gente y el letrero “Avión presidencial”. Nada tiene que ver con mi pesebre, que su presidente se la pase viajando. Por favor no confundas la chicha con la mazamorra.
No entiendo qué hace en el pesebre un kiosco de ventas, donde se lee “reparto de mermelada”, y una cola de muñequitos encorbatados, con una totumita en la mano, haciendo fila para que les den su migaja de miel. Lo más grave es que el repartidor tiene cara de Petro. Yo no soy petrista, tú lo sabes, pero un pesebre es para cosas bonitas, no para cosas que dan repugnancia, por comunes que sean.
Tampoco entendí qué hace un borracho echando un discurso ante tres pelagatos en un parque de Belén de Judá.
Aprovecho la oportunidad para decirte que estoy extrañado contigo, no sólo por meterle política al pesebre, algo que no se le ocurrió ni a san Francisco cuando se ideó lo de los pesebres hogareños, sino porque últimamente estás asumiendo posturas que no te conocía. Por ejemplo, el 31 de diciembre a la media noche, en vez de irte a la iglesia a darme gracias por el año que estaba comenzando, preferiste irte a la esquina, donde estaban quemando un vulgar muñeco de añoviejo, con la figura del presidente. Y lo que gozabas con toda explosión que reventaba al muñeco. No debes alegrarte con el mal ajeno, mi querido amigo.
Espero que mejores tu proceder y que al pesebre de este año no le metas porquerías.
Recibe mi bendición,
Niño Dios.
gusgomar@hotmail.com