El 27 de enero de 2011, se produjo la tragedia de la mina “La Preciosa”, aquí no más, en Sardinata. Hubo 21 mineros muertos y la noticia sorprendió al señor presidente en la conferencia de Davos, que no vaciló en abandonar y casi que, sin mudarse, apareció en San Roque y se solidarizó con los dolidos familiares anunciando un remezón en “geominas”. Sobra decir, que el remezón, nunca se dio. Hace solo dos meses, sucedió la tragedia en la mina “La Fortuna”, municipio de Corrales en Boyacá con muchos muertos y comenzando este año la tragedia de una mina en Chivatá en el mismo departamento.
Esa fue su primera visita a Norte de Santander, cinco meses después de su posesión. Luego, ha venido más de veinte veces a Cúcuta, a Tibú, a Gramalote, a Los Patios, a Ocaña, a Pamplona e intermedias. Y como en la canción de Julio Iglesias: “unos que nacen otros morirán, unos que ríen otros llorarán, penas y glorias guerras y paz”, aquí en Cúcuta… la vida sigue igual.
Antes de la serie de decretos de Emergencias Económicas y Sociales que nos recetó, el miércoles 2 de julio de 2014 nos dio contentillo con un plan de emergencia para enfrentar la crisis económica en la frontera con Venezuela, “que operaría en los próximos días” con la creación de una Zona Económica Especial y el impulso de una Zona Franca al concluir un Conpes. ¡ah, los famosos Conpes! Vendrían muchos inversionistas a petición presidencial. Y al final… la vida sigue igual.
Y así se vino el seriado de decretos de Emergencias Económica, que al decir del mandato constitucional, deben ser destinados a conjurar la crisis y a impedir la extensión de sus efectos. Se vino el Decreto 1770 y el 1771 del 7 de septiembre de 2015, para responder la emergencia que decretaron en el otro lado. Y no se conjuró la crisis y los efectos se extendieron con multiplicaciones gravísimas.
Luego, el señor presidente nos recetó los decretos-complemento, para reunificar las familias de los nacionales deportados con el 1872, las medidas tributarias pasajeras con el 1818, la solución de viviendas con el 1819, la reactivación económica y solución al desempleo con los decretos 1820 y 1821. Este último es curiosísimo, porque inventó el término de la “empleabilidad”. Sin embargo, como en la canción, la vida… sigue igual, sin conjurar la crisis, ni la extensión de sus efectos.
El expresidente Uribe, ya nos había recetado el decreto de Emergencia Social y Económica, finalizando su reelección con el 2693 de 2010. Por cierto, lleno de generalidades, antitécnico y de mala redacción, que dio origen a otra serie, que ni conjuraron la crisis, ni impidieron la extensión de sus efectos. Y con Uribe al final… la vida siguió igual.
Esta crisis que viene hoy a conjurar el señor presidente es la peor de las que hasta ahora hemos vivido. Uno no se explica cómo, solo con la habilidad del contacto directo de 18 horas de trabajo del señor alcalde, de las cuales 12 son en las barriadas con la gente, y multiplicando el presupuesto municipal con el programa comunidad-gobierno, ha logrado paliar las dificultades del ingreso de los humildes de este pueblo de Dios.
Luis XIV era menos que un presiente de Colombia, cuando este se reviste de las facultades del Artículo 215 de la Constitución Política.
Sí, porque el señor presidente puede: dictar Decretos con fuerza de Ley destinados a conjurar la crisis e impedir la extensión de sus efectos, puede establecer nuevos tributos, modificar los existentes, hacer traslados presupuestales que el Congreso puede volver permanentes, como en la Ley Páez. Y en Derecho, quien puede lo más, puede lo menos.
Como ven, estamos en las manos de Dios y del Señor presidente, para que la vida no siga igual.