Cuando me informaron que una de las responsabilidades de mi beca era ser asistente de cátedra entré en pánico. Se suele asumir que quien estudia un doctorado desea establecer su carrera académica como docente universitaria pero, en mi caso, yo quería dedicarme únicamente a la investigación; la enseñanza era un universo que evitaba y me generaba ansiedad. A la fecha ya llevo dos periodos en este rol y el proceso ha sido sobrecogedor. Sé que es una expresión común decir que el estudiantado es quien nos termina enseñando pero deseo resaltar dos aspectos que he aprendido con ellas, elles y ellos:
Aprendí que la escritura es un diálogo. Escribir (que en mi caso corresponde al género del ensayo académico) es dialogar con las autoras que invitamos al texto, las citamos no soloparapresentar sus ideas y aplicarlas a nuevos escenarios de análisis, sino porque buscamos charlar con ellas. Como en toda conversaciónelevamos preguntas, encontramos puntos ciegos, notamos limitaciones, respondemos a provocaciones, controvertirnos y complementamos con nuestros aportes dejando, muchas veces, asuntos irresueltos. Queremos, además, vincular a quien nos lea a este diálogo, que sienta el texto como una habitación colectiva, que la lleveconsigo para que vuelva a ella en algún momento.
Aprendí que no hay preguntas tontas, pero que saber preguntar es una habilidad que se cultiva.Es constante que en espacios feministas repitamos la importancia de cuestionar todo pero fue hasta llegar al doctorado y en compañía de las, les y los estudiantes a quienes enseñoque reconocí mis limitaciones para saber construir preguntas que toquen el nervio de los asuntos discutidos. A su lado, supe de la importancia de comenzar con un “¿cómo?” pues refiere a la realización de procesos, de convertir observaciones en preguntas, de no dar ningún término por sentado, principalmente los que usamos con frecuencia y creemos dominar, ni tampoco dar por sentado el orden en los que son incluidos en las frases. Todo eso es terreno fértil para elevar nuestras inquietudes.
No sé si me he asimilado un futuro en la docencia, asumo que vendrá pues hace parte de trabajar en la academia pero esos escenarios todavía me generan nerviosismo; la responsabilidad es muy grande y la ansiedad hace que me sienta diminuta. Sin embargo, pienso que todo lo que recorrí en caminos personales y profesionales me ha alistado para estar acá: aprendiendo afectuosamente de quienes esperan que pueda enseñarles.