Alberto José Linero, católico, polémico, desabrochado, de carcajada fácil, mediático, con millones de seguidores en las redes y muchísima exposición en televisión y radio, a un par de meses de cumplir cincuenta años, treinta y tres de ellos dedicados a la vida sacerdotal, ha anunciado que cuelga los hábitos.
Sus entrevistas en El Heraldo y en Blu Radio no tienen desperdicio e invitan a varias reflexiones. Linero se reconoce a sí mismo más allá de su tarea de sacerdote. Somos lo que somos y nuestra identidad no la determinan los bienes que tenemos, los títulos o los honores, los hábitos o la ausencia de los mismos. “Lo de ‘padre’ es un regalo que me hace la gente en el contexto de la Iglesia, pero yo fundamentalmente siempre he sido Alberto José Linero Gómez y siempre lo seguiré siendo”, dice, aunque deje de ser sacerdote.
La condición humana trasciende las circunstancias, el ser no lo definen ni el tener ni el poseer. Aunque valora su utilidad e incluso reconoce que “le gusta”cuando lo tiene, entiende que “el dinero es una herramienta para poder realizar algunos proyectos en la vida, pero no todos. El dinero no es lo más importante de la vida y no es más que una herramienta, aunque dolorosamente, no para todos. El dinero se ha vuelto el medio para todo el proyecto de vida y ahí está el error; yo creo que hay cosas que no pasan por dinero, por ejemplo, yo creo que el verdadero amor no pasa por dinero, la ternura no pasa por dinero, las relaciones no pasan por dinero y la felicidad, a veces, no pasa por dinero”. Y advierte los peligros: “el dinero es una tentación porque nos hace querer poseer más”.
Linero es valiente. Aunque toda su vida adulta ha vivido arropado por la Iglesia y por su comunidad, los eudistas, sin preocuparse ni por los ingresos ni por las pequeñas minucias de la cotidianidad, decide dar un paso al costado y entrar al reino de la incertidumbre. Semejante decisión, tomada pasada ya la medianía de la vida, prueba que hay que vencer el miedo, ese monstruo que solo habita en nuestra mente y que tanto daño hace porque limita, porque paraliza, porque no nos permite progresar. Reinventarse es una opción sin importar la edad o las condiciones, un nuevo camino es siempre posible, nunca es tarde en la búsqueda de la felicidad. Además, Linero goza esa búsqueda: “¡Lo disfruto! Estoy muy feliz porque estoy aprendiendo y yo soy un ser humano de esos que quiere aprender siempre. Entonces, esta experiencia de vivir solo me ha enseñado a ser un humano distinto, un humano mejor”.
Por cierto, ahí en la felicidad parece estar la clave de su decisión: “ Yo quiero ser feliz, quiero disfrutar la vida”, dice. Y reconoce haberlo sido: “yo soy un católico feliz, seguiré siendo católico y seguiré teniendo una experiencia de fe y soy feliz. Es decir, no soy un tipo amargado. Yo disfruto lo que hago”. Pero como ha dejado de serlo en la vida sacerdotal, decide un nuevo comienzo, transitar otros senderos, asumir riesgos. Y empieza por sí mismo. Es adentro de nosotros, no afuera, donde está la felicidad. “Yo creo que la única manera de ser feliz es ser libre interiormente”, romper las ataduras, las servidumbres, las dependencias, el miedo. Lo externo es incontrolable. "Solo podemos ser dueños de nosotros mismos. Por eso el amor debe ser libre o no es amor: si estoy contigo no es porque haya ninguna relación de esclavitud, sino porque yo libremente decido eso. Sí me quedo y no me voy es porque libremente lo decidí”, agrega.
Y después de insistir en que “no estoy amargado por nada que hice o que no hice” explica que “simplemente quiero vivir de otra manera, hacer otras opciones de vida. […] me mamé de cosas mías, de soledades, de cosas que no entiendo, me cansé y punto. La gran tragedia mía ha sido la soledad en los últimos tiempos […] Yo los últimos cuatro años de mi vida he estado atravesando un desierto de soledad muy grande, existencialmente muy grande, rodeado de mucha gente”. El frío que proviene del corazón.
No conozco a Linero. Pero su decisión merece aplauso.