Será mejor seguir haciéndonos los locos, ante tanta ignominia que tenemos que afrontar la mayoría de los colombianos de bien que día a día contemplamos horrorizados los diferentes actos de corrupción.
Las últimas noticias que han sacudido el ámbito nacional nos coloca en un sitial nada deseable, especialmente ante la comunidad internacional que esperaba realmente un compromiso de cambio en nuestra nación frente al proceso del post-conflicto, frente a los indicadores de mejora en aspectos que redundan en la consolidación de la paz.
Los que han estado siempre en su posición detractora frente al proceso cumplido con la guerrilla de las Farc, hoy con los graves señalamientos hacia el señor Santrich reafirman su convicción que todo ha sido una gran farsa.
Para los que creemos de corazón que la modificación conductual y la reafirmación de una conciencia honesta se pueden cumplir en el hombre, es una bofetada. Una que duele mucho, porque el convencimiento que los pactos se podrían cumplir a cabalidad es un accionar del individuo racional, educado, que propende por un comportamiento dentro de los lineamientos de una sociedad honesta, y justa.
Sin embargo, las cosas son tan distintas, tan aberrantes que desmoronan todas las ilusiones y proyectos.
¿Esta es la esencia del colombiano? ¿Somos tan violentos, irracionales, ambiciosos y deshonestos que con una careta se pregona el cambio, mientras por dentro nos burlamos de los que realmente tienen buena voluntad?
Difícil admitirlo, pero parece que muchos son así. Son tantos los casos que sacuden al país, que ya no extraña nada. Cartel de la Toga, cartel de la Hemofilia, ahora el cartel de los locos, desfalco a las pensiones; en fin son tantos los escándalos que no alcanzamos a digerirlos, porque cuando estamos entendiendo el mecanismo fraudulento de uno aparece el otro y entonces la inmediatez de la noticia borra de un pincelazo la otra.
La reiteración de este tema ha sido notoria en mis opiniones, y de muchos columnistas, porque el hastío ha llenado la copa y pedimos a gritos castigos severos contra estas personas. Una reforma a la justicia que realmente haga sentir el peso de la ley y no sea tan laxa, con tantos beneficios que al fin disminuye considerablemente la sentencia. Es una cadena, donde el que primero cae “enciende el ventilador”, usando la expresión periodística, y recibe rebaja por esto, luego los otros también continuando abanicándose y reciben provecho y al final de la cadena ninguno sale perjudicado. Por esto, es que es tan deseable en nuestra locolombia estar al margen de la ley.
Ah, se me olvidaba nombrar los personajes que defienden estas clases de clientes. De ética profesional… pocón, pocón.