Los primeros 100 días de gobierno son el 6% de un mandato de cuatro años. En tan corto plazo, no es mucho lo que puede lograrse en términos de concretar objetivos estratégicos de política ni lo que puede decirse sobre el futuro desempeño del gobierno. Pero esos primeros días tienen un significado simbólico y son interpretados muchas veces como un barómetro del poder de un gobernante. Allí se comienza a vislumbrar el talante, la capacidad de decisión y los planes concretos que plantea a nivel nacional, regional o local, además de su fino estilo o de su burdo proceder.
Durante los primeros 100 días los gobernantes deben realizar audiencias de rendición de cuentas, dando a conocer a la población la situación en que recibieron la gestión municipal, departamental o nacional; sus problemas a nivel económico, deudas, gastos, la situación de las inversiones y de los servicios públicos.
También es necesario que informe las medidas que está tomando y las prioridades de la gestión, las mismas que deben ser parte de un plan de corto, mediano y largo plazo. No es necesario incluir todas las medidas, si no las prioritarias y viables, con un cronograma de lo que se va a hacer el primer, segundo, tercer y cuarto año de gestión.
Otra de las tareas fundamentales es la consolidación y definición del gabinete y la estructura de cada una de las áreas o despachos organizacionales, la cantidad de decretos, ordenanzas y acuerdos de ley, así como las medidas urgentes en diferentes áreas: estos son algunos de los indicadores que se usan para analizar los primeros 100 días.
De manera implícita conocemos a nuestros gobernantes en la toma de muchas decisiones que a su vez lo convierten en sinónimo de fortaleza, capacidad de gestión y potencial efectividad de un gobierno. Sin embargo, tomar decisiones sin un plan que sea acordado con los principales actores sociales, y que tenga objetivos y metas que sean conocidos por la sociedad puede ser contraproducente para generar horizontes institucionales de largo plazo.
Por eso la construcción de los planes de desarrollo son vitales en la estructuración de la ruta que se debe toma. Poner el foco en las decisiones y las medidas urgentes subraya la implementación, pero deja de lado cómo se toman esas medidas, con quiénes, a partir de qué diagnóstico, con qué calidad de información, en base a qué acuerdos, con qué objetivos y visiones de largo plazo, y con qué recursos se cuenta. La estrategia de un gobierno necesita estar basada en un plan y en su seguimiento. Pensar y concertar un plan de gobierno mejora el foco estratégico de la gestión, contribuye a crear mecanismos de coordinación, a priorizar y a asignar recursos.
He acompañado de primera mano la elaboración de estos mecanismos en la gobernación del Norte de Santander. Observamos con optimismo que la experiencia de nuestro gobernador permite delinear tres ejes de acción de suma relevancia: la seguridad como marco teórico para desarrollar la acción social y el desarrollo económico, todas las anteriores en la búsqueda de la paz.
La región participó activamente en la construcción de este plan que ya hoy tiene, gracias a la acción positiva del gobernador, un talante internacional con las relaciones binacionales; además de su cercanía con la gente y la capacidad de trabajo.
La Alcaldía de Cúcuta muestra su estrategia de participación ciudadana enfrentando un tema relevante la seguridad, en miras de posicionar a la ciudad como capital mundial de desarrollo y frontera como lo hemos sido desde el inicio de nuestros tiempos. Entre todos debemos sacar adelante estos planes. Finalmente, si a los gobernantes les va bien, cada uno de nosotros seremos beneficiarios de sus bondades.
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