Noviembre, en Colombia, siempre huele a recuerdo. Es un mes que trae el eco sordo de 1985 en que una avalancha de lodo y piedra descendió del Nevado del Ruíz y arrasó con el municipio de Armero, dejando más de 23.000 muertos: la peor tragedia natural en la historia del país.
A pocas semanas de conmemorarse sus cuatro décadas, el volcán se alza como un gigante de 5.321 metros al que el país aprende a admirar más que a temer: una majestuosa mole de roca y hielo cuya actividad no está “controlada”, como advierten los científicos, pero sí vigilada al segundo por un sólido sistema de monitoreo. Gracias a ello, aún es posible visitar, con respeto, un glaciar que sigue siendo imponente, aunque su destino parezca inevitable.
En un recorrido por el Parque Nacional Natural Los Nevados y llegó a un punto a solo cuatro kilómetros del cráter Arenas, el corazón mismo de la bestia, un lugar prohibido usualmente para los visitantes, donde el pulso de la tierra se siente en la piel.
El camino hacia la cima es un viaje a otra geografía, donde el verde tropical de las llanuras cede su espacio a los frailejones, esos monjes silenciosos del páramo que parecen proteger los secretos del volcán. La camioneta trepa y el aire, que empieza a enrarecerse por encima de los 4.000 metros, obliga a cada bocanada.
El "soroche" o mal de altura, ese fantasma que se adueña del cuerpo sin pedir permiso, apareció para recordar que se estaba pisando un territorio de gigantes. Algunos periodistas palidecieron, otros sintieron el vértigo del aire escaso, pero la emoción de la cercanía al cráter, en plena alerta Amarilla, espantó cualquier queja.
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El día, con un capricho propio de la alta montaña, lo mostró todo. Primero, una nevada ligera pintó el paisaje de un blanco prístino, como si el Ruíz se vistiera de gala. Pero el espectáculo apenas comenzaba. De repente, el cielo se abrió y un sol generoso hizo que el glaciar brillara con una intensidad cegadora, el reflejo en el hielo era un golpe de luz que se clavaba en los ojos.
Y así como llegó, el sol dio paso a una niebla densa que envolvió la montaña, borrando el horizonte y dejando solo la sensación gélida de la humedad. Como si fuera poco, la jornada culminó con una lluvia fina y helada, una sinfonía climática completa en una sola visita.
El paciente monitoreado
La memoria de 1985 es una sombra que define al Ruíz, pero la ciencia de 2025 redefine la relación con él.
Lina Marcela Castaño, coordinadora del Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Manizales del SGC, recordó que la tragedia que borró a Armero fue "muy fuerte para el país y para los científicos del mundo", pero también "triste", pues partió de "una erupción pequeña".
"Si hubiésemos tenido un buen sistema nacional de gestión de riesgo de desastres, esa tragedia se hubiese evitado", explicó Castaño. Hoy, la evolución en el monitoreo permite "dar una alerta temprana oportuna" y "salvar vidas".
El volcán, de hecho, no está dormido. Se encuentra en un proceso eruptivo desde 2012. "Llevamos más de 4.500, inclusive yo creo que ya estamos cerca de las 5.000 emisiones de cenizas que hemos registrado", detalló la coordinadora.
Esta actividad constante es precisamente la razón por la que el SGC insiste en que el término "bajo control" es incorrecto.
Julián Ceballos, vulcanólogo del SGC, fue enfático al señalar que "el volcán no está bajo control" pues "es imposible a la fecha predecir con exactitud una erupción" y es "supremamente complicado detener el poder" de la naturaleza. "La naturaleza de un volcán es hacer erupción, para eso están diseñados", precisó.
La palabra clave es "monitorear". Ceballos lo comparó con la medicina: "Es como un médico cuando atiende un paciente que, por ejemplo, está enfermo del corazón y mediante una serie de equipos e interpretación de algunas señales, se dan diagnósticos sobre cómo está ese paciente".
Ese diagnóstico hoy es robusto. La diferencia más significativa con 1985, según Ceballos, es "definitivamente el monitoreo en tiempo real" y "la experiencia de más de 40 años" de los geocientíficos.
Mientras el volcán "respira", los equipos lo registran todo. Castaño mencionó que "hay variaciones” y “fluctuaciones permanentes" en la sismicidad, con sismos que "incluso son sentidos por pobladores cercanos". También hay momentos en que "el olor a los gases volcánicos es fuerte" y se detectan "pequeñas deformaciones en una superficie volcánica".
Para captar esto, Ceballos detalló que se cuenta con "sismómetros que tienen diferentes componentes, que son muy sensibles"; "inclinómetros electrónicos" que detectan "cambios mínimos en la morfología"; vigilancia de la "composición del gas"; y la observación "con apoyo de sensores remotos de imágenes de satélite".
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Un gigante de hielo en cuidados paliativos
A pesar de la actividad interna y del calentamiento global, el glaciar del Ruíz sigue siendo una visión imponente. El hielo se aferra a la cima y, paradójicamente, debe parte de su supervivencia a la erupción que causó la tragedia.
Julián Ceballos explicó que, si bien la pérdida de masa glaciar es una realidad (en el Nevado del Santa Isabel "la tasa de retroceso es entre 11 a 15 metros por año"), en el Ruíz "la tasa de retroceso (...) es relativamente baja".
La razón es doble. Primero, "la topografía (...) del volcán que es con una cima plana", lo que genera un "equilibrio entre la recarga y la fusión". Segundo, "los depósitos de la erupción de 1985 que se depositaron sobre el hielo que había en el Ruíz, actualmente lo han aislado térmicamente porque son de más de 20 centímetros".
Lo que se observa hoy, en parte, es un "glaciar fósil de roca". A pesar de este aislamiento, el SGC estima que todavía hay "cerca de 350 millones de metros cúbicos de agua disponibles" en la cima.
Pero el pronóstico médico de este "paciente" es claro. "En el Ruíz puede desaparecer totalmente el vestigio de hielo y nieve posiblemente en menos de 20 años o incluso, 10 a 15 años", advirtió Ceballos.
El vulcanólogo fue directo: "Los glaciares actualmente en Colombia son como enfermos o pacientes terminales y (...) contra ese fenómeno lastimosamente no se puede hacer nada".
Admirarlo y respetarlo
Si el glaciar no puede salvarse, la misión de la ciencia y la sociedad cambia. "Lo mejor que podemos hacer es adquirir conciencia de transmitir conocimiento y de divulgarlo entre las nuevas generaciones", señaló Ceballos.
Invitó a "aprovechar la oportunidad para conocerlo respetando la actividad volcánica" y "preservar ya más la memoria, la tradición oral de que alguna vez existió hielo en el volcán Nevado del Ruíz". Ese hielo, añadió, no solo generó lahares (flujos de lodo y escombros volcánicos que descienden rápidamente por las laderas de un volcán), sino que es "una biblioteca muy importante" sobre el clima del pasado.
El Ruíz de 1985 fue una tragedia; el Ruíz de 2025 es una escuela. Ceballos concluyó que lo que pasó "marcó un hito clave en el desarrollo del estudio de la vulcanología y la estructuración del sistema de atención de prevención de desastres".
Por ello, el mensaje del SGC para el ciudadano que aún opera desde el "temor" de Armero es claro: "Admirarlo y respetarlo también".
"El conocimiento es tener capacidad de toma de decisiones y el conocimiento es una herramienta muy importante que puede salvar nuestras vidas", finalizó Ceballos, instando a los visitantes a informarse siempre por canales oficiales, "averiguar por el mapa de amenaza" y seguir las instrucciones de Parques Nacionales.
En el corazón del Parque Nacional Natural Los Nevados, donde la temperatura oscila entre los -3°C y los 14°C dependiendo de la altura, y donde la vida se aferra a la roca volcánica, el Nevado del Ruíz sigue siendo ese personaje de cuento andino. Ya no es el villano inesperado.
Ahora es el viejo sabio, monitoreado de cerca, que se despide lentamente en su trono de hielo, enseñando a los colombianos que el respeto y el conocimiento son las únicas llaves para abrir las puertas de su grandeza, antes de que el blanco perpetuo se convierta en una historia más de la memoria oral.
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