El 10 de octubre de 2024, la Selección Colombia pisó el temido césped de El Alto para enfrentar a Bolivia por la novena fecha de las Eliminatorias Conmebol rumbo al Mundial 2026. Más allá de los desafíos naturales que impone la altitud de más 3.600 metros, el equipo dirigido por Néstor Lorenzo sabía que este no sería un partido cualquiera. En juego estaba su invicto de nueve fechas y, como si fuera poco, el ambiente se tensó aún más con la denuncia por presunto espionaje a la delegación tricolor en los días previos al compromiso.
Ese día, el resultado en la cancha fue adverso. Colombia cayó por la mínima diferencia ante una selección boliviana que celebró como si fuera una final. El invicto tricolor quedó enterrado en el estadio y, con él, empezaron las dudas sobre el proceso de Lorenzo. Sin embargo, lo que en ese momento se percibía como una derrota deportiva más, pronto revelaría un fondo mucho más complejo.
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Tras el pitazo final, como es protocolo en competencias oficiales, se llevó a cabo el respectivo control antidoping. Fue en ese momento cuando la delegación colombiana comenzó a recibir las primeras señales de que algo no estaba del todo claro. Se hablaba en voz baja, con cautela, pero con preocupación. Y la bomba no tardaría en explotar.
Días después, desde Suiza llegó una confesión inesperada. El mediocampista boliviano Borís Céspedes, quien milita en el fútbol helvético, reconoció públicamente haber dado positivo en una prueba antidopaje realizada después del partido que su selección jugó ante Uruguay el pasado 25 de marzo en Villa Ingenio. Esa admisión encendió todas las alarmas.