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Ansiedad, estrés, depresión y soledad se agudizaron en la era COVID-19
El temor al contagio supone para muchos vivir en un estado de alerta.
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Jueves, 8 de Octubre de 2020

Cerca de 800.000 personas se suicidan cada año a nivel global, ​según la Organización Mundial  de la Salud (OMS). Muchas de esas muertes tienen que ver con problemas en la salud mental. Situación que se pone de relieve este 10 de octubre, Día Mundial de la Salud Mental.

La irrupción de la COVID-19 y la imposición de cuarentenas preventivas supusieron un cambio abrupto en las rutinas diarias de las personas, que después de algunos meses empezaron a generarles cierto “malestar”. Esto sumado a una situación dramática, los millones de fallecidos, lo cual trae como resultado sentimientos de inseguridad y miedo. 

Al respecto, Jesús González Moreno, director del Máster Universitario en Psicología General Sanitaria de la Universidad Internacional de Valencia (VIU), señaló que “este cambio de rutinas, malestar e inseguridad han provocado la aparición de síntomas de ansiedad, estrés, depresión y soledad en la población general”. 

“Es pronto para saber cómo ha influido en personas con afecciones psicológicas anteriores o con un diagnóstico de trastorno mental, y también cómo esta situación ha podido intensificar  el afloramiento de trastornos latentes”.  

Así mismo, González Moreno, explicó que en la denominada nueva normalidad muchas personas han presentado angustia y miedo a salir a la calle, evitando lugares concurridos y mostrando dificultades para retomar contactos sociales.  

El temor al contagio supone para muchas personas vivir en un estado de alerta y vigilancia constante sobre el posible padecimiento de síntomas, la aparición o proliferación de conductas compulsivas exageradas y una sensación de falta de control que puede agravar sintomatología ansiosa o depresiva. 

En definitiva, la coyuntura ha podido suponer un problema de adaptación para algunas personas. 

Por lo cual, la situación que vive el mundo, como indicó el docente de la Universidad internacional de Valencia, puede favorecer la aparición de trastornos más graves como el trastorno obesivo-cumpulsivo (TOC) o el trastorno por estrés post-traumático (TEPT), entre otros.

El autocuidado y la prevención es clave

El experto aconsejó establecer un plan rutinario que consiste es la práctica de ejercicio físico moderado, incluir alguna actividad en el tiempo libre que favorezca el contacto social (aunque sea de forma online o telefónica) y que permita tener un espacio para atender a la parte emocional.

Ese es un buen punto de partida para robustecer el plan de autocuidado que permita un balance físico y mental equilibrado.  

La importancia de estar alerta 

Jesús González Moreno agregó que “debemos ser capaces de reconocer nuestras emociones y estados, y las afectaciones que estos nos generan para en caso que se requiera, buscar la ayuda de familiares o profesionales”. 

Destacó que algunos signos de alerta son: tristeza, llanto, cansancio, sensación de irrealidad, sensaciones de ahogo, creencias anormales, dificultades para pensar con claridad o incapacidad para realizar las tareas corrientes de la vida diaria y el  abuso de sustancias.

“Hay que tener claro que estos síntomas o cambios de estado anímico hacen parte del ser humano,  una cosa es tenerlos durante un tiempo determinado o si la persona está atravesando por una situación adversa, por ejemplo, tristeza o incapacidad de disfrutar; y otra muy diferente que exista un trastorno mental”.

González explicó que la gravedad de la sintomatología, su duración en el tiempo y la capacidad de interferencia de esos síntomas en la vida diaria es lo que decanta la balanza hacia el posible diagnóstico de un trastorno mental.

Entre las diferentes afectaciones que existen en la salud mental, la más común es la depresión, seguida de algunos tipos de ansiedad. El consumo de sustancias es determinante en la aparición de enfermedades o alteraciones emocionales, de igual forma los trastornos del sueño toman un papel protagónico allí.

Mucho se ha recalcado de la importancia del sueño, ya que, sin lugar a duda, los problemas de insomnio o afectaciones del sueño (problemas al iniciar el sueño, para mantenerlo, insuficiente tiempo o mala calidad del sueño) tienen numerosas repercusiones para la salud mental. 

Entre otros, problemas para concentrarse, mayor sensibilidad al estrés, abuso de sustancias, disminución del rendimiento, sentimientos de tristeza o apatía, incluso agresividad. Cuanto mayor duración en el tiempo y más grave sea la privación en el tiempo mayores serán sus efectos tanto a nivel físico como mental. 

De igual forma el abuso en el consumo de alcohol y tabaco puede desencadenar enfermedades mentales, el consumo de estas sustancias puede inducir trastornos mentales por los efectos que provocan tanto en la dependencia, como su abuso (como puede ser el síndrome de abstinencia caracterizado por pérdida de apetito, dolor de cabeza, temblores y nerviosismo, entre otros. 

‘Cuidadores’ a cuidarse 

Los cuidadores son las personas que aportan una serie de recursos, atenciones y cuidados necesarios para la vivencia diaria de la persona con un trastorno mental, fomentando su autonomía y favoreciendo la realización de las actividades de su vida diaria. 

“No es menos importante explicar que cuidador para poder ofrecer el servicio debe protegerse a sí mismo, ya que, si enferma o se “quema”, no va a poder seguir atendiendo a la persona y, por tanto, el “paciente” podría recibir el servicio de forma incorrecta o dejar de recibirlos. 

La persona cuidadora debe asumir que no son “superhéroes” y que tienen derecho a equivocarse, a descansar, buscar ayuda para ellos, a decir que no y a tener tiempo para ellos. Deben buscar momentos durante el día para hacer cosas agradables como tomar un café con los amigos, realizar una llamada o leer un libro.” 

La formación especializada de estos cuidadores es también clave a la hora de mejorar su práctica profesional y adaptarse a las nuevas estrategias y metodologías para el cuidado de sus pacientes. 

*Con información de la Universidad Internacional de Valencia

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