La primera vez que Emilio Archila Peñalosa, alto consejero para la Estabilización y la Consolidación, pisó el Catatumbo, fue dos días después de la posesión del presidente Iván Duque, el 9 de agosto de 2018. En época de campaña, el mandatario había prometido que al posesionarse, Tibú sería uno de los primeros lugares de la geografía colombiana a donde llegaría, y cumplió. Ese día, Archila lo acompañó a la inauguración de una planta extractora de aceite de palma en el corregimiento de Campo Dos
La visión que el alto consejero tenía del Catatumbo, donde no se podía salir ni a la puerta por las acciones de los violentos, distaba mucho de lo que tenía a su alrededor; por eso, perdió la noción de tiempo y espacio hablando con excombatientes y cultivadores de coca sobre sus vivencias en esta álgida región, y cuando volvió a la realidad, varios de minutos después, se percató que no había ni policías ni guardias, ni comitiva en el lugar… lo habían dejado “botado”.
La simple idea de imaginarse solo en el temido y desconocido Catatumbo lo aterrorizó. El terror fue mayor al sentir vacíos sus bolsillos y no encontrar su celular para llamar a algún miembro de la comitiva. Su móvil al igual que su billetera había quedado en el avión, en el rústico aeropuerto de Tibú.
Su siguiente reacción fue tratar de alcanzar a la caravana presidencial a como diera lugar, por lo que no reparó en preguntarles a sus interlocutores dónde podía conseguir un taxi. ¿Un taxi? le respondieron con extrañeza y burla, mientras lo miraban de pies a cabeza.
“Me sentía como si viniera de marte, solo a mí se me ocurre pensar en un taxi en el corazón del Catatumbo”, recuerda un año después con vergüenza y risa el consejero que recibió hace un par de días el Premio Líderes 2019, por su compromiso con la implementación de los Acuerdos de Paz.
Solo tuvo que hacerle frente a su suerte y se logró embarcar en un mototaxi. Como su mayor miedo era que el avión lo dejara, se aferró al conductor mientras le pedía que por favor alcanzara a la caravana. Lo siguiente fue comer polvo, sujetarse fuerte para no caer en las zanjas de la carretera ni resbalar al encaramarse en los andenes.
Aunque logró llegar al aeropuerto antes de que el avión despegara, su odisea aún no había terminado. Tuvo que valerse de su oratoria y su cara de foráneo para convencer al vigilante del lugar de que, efectivamente, él era parte de la comitiva presidencial, y que por un descuido suyo había quedado a la deriva.
Un par de semanas después, en una nueva visita a la región para el taller Construyendo País, el presidente Duque le encomendó liderar la estrategia Catatumbo Sostenible, lo que representaba adentrarse en este territorio por lo menos una vez al mes para verificar que todo estuviera en orden.
Archila aceptó la misión con la convicción de que los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET) le iban a cambiar la cara a las regiones históricamente afectadas por el conflicto armado, pues el Estado iba a llegar a los territorios más apartados, y él iba a estar ahí con la camiseta puesta.
Desde entonces ha visitado diferentes veredas de El Tarra, Tibú, Sardinata, Convención y Ocaña, donde no solo se enamoró de sus paisajes, el contraste de la naturaleza y los atardeceres en La Gabarra, sino que le permitió conocer el verdadero Catatumbo, representado en cientos de campesinos resilientes que no han dejado opacar sus anhelos por la guerra y sueñan con la paz.
“Para mí el Catatumbo es esperanza. Uno no se imagina de dónde la gente saca tanta fuerza para seguir adelante pese a la crudeza de su realidad. Aunque han visto de frente al conflicto, conservan un calor humano envidiable”.
Su lado más amable
Cuando el alto consejero habla de las bondades de esta tierra y del temple del catatumbero, no titubea al resaltar a Emiro Cañizares, director de la asociación que reúne a los municipios del Catatumbo y el sur del César. Lo describe como un hombre ejemplar que trabaja por su tierra.
Ni qué decir de Edinson Benavides, un campesino que conoció en su primera visita a Orú (El Tarra), quien soñaba con crear una asociación de cacaoteros, proyecto que empezó a cumplir y conformó una asociación con 40 cultivadores. Acaba de recibir recursos de la Agencia de Desarrollo Rural para impulsar su iniciativa. Con orgullo, Archila resalta esta historia de éxito que constató hace un par de semanas al visitarlo en su finca.
Otra de las virtudes que destaca de esta población es su recursividad. La primera vez que lo entrevistaron en Barí Stéreo, la emisora comunitaria del corregimiento de La Gabarra, en Tibú, quedó atónito con la magia de la radio en medio de la espesura de la selva.
“Uno está acostumbrado a los grandes estudios radiales de Bogotá, con toda la asistencia técnica del caso, y ver cómo los periodistas locales cumplen la labor de informar con equipos rudimentarios me conmovió y me ratificó su compromiso con las comunidades”, enfatiza.
Por eso, más allá de los largos trayectos que ha tenido que recorrer, las pésimas condiciones de las carreteras o el inclemente clima, que en Tibú supera los 37 grados, y que sofoca aún más por la constante humedad, lo que más duro le ha dado a este bogotano y abogado de profesión es la sensación de impotencia por no llegar con soluciones inmediatas a este territorio golpeado por los violentos y por décadas de abandono.
“Vamos a tener que trabajar 10 o 15 años para transformar el Catatumbo por la magnitud de las brechas que hay. A veces quisiera acelerar los tiempos para cumplirle más rápido a la gente. Eso a veces me frustra”, dice con franqueza.
Sin embargo, a su parecer, el poder aportarle de alguna forma a la transformación del país y a la construcción de paz desde las entrañas del Catatumbo le da fuerzas para no desfallecer, pese a las responsabilidades de su cargo que implica, entre otras cosas, viajar más de dos veces por semana por todo el territorio nacional y, por ende, no estar de tiempo completo con sus seres queridos. Por eso, asegura, no ha tenido tiempo de contarle a sus allegados todas las peripecias que ha vivido en este territorio y cómo ha cambiado la visión que tenía de él.
Aunque la magnitud de la ilegalidad en el Catatumbo (contrabando, grupos armados, cultivos de uso ilícito, robo de combustible) sigue siendo uno de los retos más grandes que debe afrontar el Estado y las autoridades locales, Archila asegura que la convicción de los campesinos es el motor de la transformación.
“Cuando hablo con cultivadores de coca y con las comunidades me doy cuenta de que ellos sienten que tres generaciones de delincuencia no han traído sino tristezas y esclavitud a sus tierras, y están entre todos buscando salidas. He percibido que la ilegalidad no es algo en lo que el Catatumbo se quiera sostener sino todo lo contrario, su gente está buscando salir de allí”, explica.
Por eso, y por las eternas charlas sostenidas con los campesinos en medio de cebollitas ocañeras y pasteles de garbanzo, no duda al decir que el Catatumbo es esperanza, es lo que percibe en su gente, y es lo que siente cuando pasa una noche allí, porque ya no teme que el avión lo deje.