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¿Presidente Petro gobierna desde la soledad?
La realidad es que Gustavo Petro se ha ido quedando muy solo. Su esposa, Verónica Alcocer, poco vive ya con él. La Casa de Nariño es un monumento a esa soledad.
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Colprensa
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Domingo, 15 de Septiembre de 2024

“Petro está más introvertido que nunca. Su comunicación es por Twitter y su único puente con el mundo es Laura Sarabia”, eso le dijo a EL COLOMBIANO, a principios de este mes de septiembre, una persona que por décadas ha sido muy cercana y leal al presidente Gustavo Petro.

Justo, un par de días después, el mandatario protagonizó un episodio de profunda melancolía: “Mi hija decidió irse y es la última que tenía, estoy triste, vacío, desolado (...) Me toca vivir en medio de mi luto porque mi última hija se va, incumplí actos públicos, pero no tenía la fuerza para pararme ante un auditorio y hablar cuando mi corazón estaba llorando”, dijo Petro, en Nuquí, Chocó.

Se refería a Antonella, su hija menor de 16 años, que como han hecho algunos de sus hermanos decidió irse a Europa a estudiar. Petro tiene seis hijos, y yéndose Antonela solo le quedaba uno en el país, Nicolás Petro que está detenido en su casa en Barranquilla.

Más que un discurso de posesión de la nueva defensora del pueblo, Iris Marín, que era la razón de estar en Nuquí, la alocución del Presidente parecía un largo lamento. Era la primera vez en la historia que en Colombia se elegía una mujer como defensora, gracias a que Petro había puesto en la terna exclusivamente mujeres, pero prácticamente no se refirió a ese histórico evento. Más bien, como si tuviera los cables cruzados, se sintió poseído por el espíritu de cualquier prócer del siglo 19, o tal vez le vinieron a la mente párrafos de alguno de los tantos libros que ha leído, y se refería a las mujeres para decir que lavaran las banderas e hicieran hijos para la nueva revolución.


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A primera vista, su discurso retrata a alguien profundamente solo que además transforma su soledad en agresividad. En ese mismo discurso llamó a las periodistas “muñecas de la mafia” y dijo que no entendía cómo el presidente de la Corte Suprema siendo negro podía ser conservador. Dos referencias que no tenían que ver con nada de lo que estaba pasando en esta población de Chocó.

Además empezó hablando de Novecento de Bertolucci, una película de hace 50 años que retrata bellamente la lucha entre el comunismo y el fascismo en la Italia de Mussolini. ¿Acaso Petro, en una suerte de delirio, se siente estar viviendo 50 años atrás de su historia?

Unas horas antes, ese viernes 30 de agosto, algunos funcionarios del gobierno habían tenido un encuentro con el presidente Petro y uno de ellos, al ver que el mandatario estaba en una situación precaria, le sugirió a uno de los asesores que por qué no le recomendaban al Presidente tomar un descanso antes de hablar, que tal vez no era bueno que se presentara en ese estado. Pero ninguno se atrevió a decirle nada a Petro. En el discurso se le oía la voz ligeramente arrastrada, como cuando alguien está bajo el efecto del alcohol.


La soledad de Petro

Antonella Petro volvió rápidamente a Colombia, apenas cuatro días después lo anunció con un mensaje publicado en la cuenta de X, en el que entre otros, decía: “Es de cobardes dejar solas a las personas que uno quiere cuando más lo necesitan”.

Parece una obra de teatro, una ópera de aquellas entre trágicas y dramáticas. Pero la realidad es que Gustavo Petro se ha ido quedando muy solo. Su esposa, Verónica Alcocer, poco vive ya con él. La Casa de Nariño es un monumento a esa soledad. En la oficina de al lado del Presidente está la directora del Dapre, Laura Sarabia.

Fácilmente se puede caminar por los pasillos en madera cubiertos con alfombra roja, ver oficinas vacías y no cruzarse con nadie. De pronto, algunas personas de seguridad. En algún otro lugar se puede ver a la secretaría jurídica que le lleva al Presidente los documentos para firmar; de vez en cuando a la consejera de las regiones, Luz María Múnera, que se la pasa en territorio, y uno que otro funcionario de oficinas de apoyo como las de Comunicaciones y de Transformación Digital.


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El contraste es grande si se compara con la Casa de Nariño de Barco, con su ‘sanedrín’ (Germán Montoya, Gustavo Vasco, Fernando Cepeda, Felipe Zuleta, Rodrigo Pardo), o la de Gaviria (Fabio Villegas, Rudolf Hommes y Armando Montenegro y el ‘kinder’ de Miguel Silva, Mauricio Vargas, Gabriel Silva, Fernando Carrillo y Rafael Pardo), para no mencionar las más recientes.

La Presidencia, aquí y en cualquier parte del mundo, suele, o solía, tener varios equipos de peso para apoyar la tarea del Presidente y establecer equilibrios de poder necesarios en su interior.

No en vano el presidente Gustavo Petro ha repetido, casi gritado al mundo, una y otra vez ese sentimiento de soledad que lo embarga en la Casa de Nariño. El 1 de mayo del año pasado, cuando apenas llevaba nueve meses en la Presidencia, dijo en un discurso público: “No nos dejen solos en este Palacio frío”. En septiembre, volvió a repetir: “Ahí no nos vamos a quedar, ese palacio es muy feo... frío, helado y feo. Hay gente a la que le gusta quedarse ahí, yo no entiendo por qué. Ahí hasta asustan”.

La retahíla tuvo respuesta. El representante a la Cámara, Daniel Carvalho, el pasado 20 de julio en la instalación del Congreso, dijo mientras Petro lo escuchaba juicioso desde una curul en el Capitolio: “Alguna vez lo escuché decir que usted se aburría en la Casa de Nariño, déjeme decirle que se le nota, se le nota señor presidente en su actitud, en la desidia con la que atiende muchísimos de los asuntos del Estado”.

Cómo gobierna

No es que a Petro lo hayan dejado solo, es que él mismo ha optado por la soledad. En parte es su carácter de “llanero solitario” (así lo definían en un perfil suyo desde 2010), en parte también es que parece no gustarle ciertos deberes y responsabilidades de ser Presidente, y en parte las circunstancias en que hoy vive parecen estarlo alejando aún más.

Si bien en el momento del triunfo, de ganar la Presidencia, se vio muy acompañado, en el ejercicio del gobierno ha vuelto a ser el cuasi ermitaño de siempre. El problema es que, al ser el Jefe de Estado, esa actitud tiene un efecto crucial en su manera de gobernar.

El congresista Carvalho, en la réplica, añadió: “Se le nota en la incapacidad de cumplir una agenda y de respetar unos horarios, que demuestran el respeto a sus interlocutores. Se le nota en el hecho de que parece haber renunciado a gobernar”.


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No son pocos los ministros que confiesan que prácticamente no reciben una llamada o una indicación directamente del presidente.

El más reciente en reconocer esa manera de “gobernar” de Petro fue el exministro de Hacienda, Jose Antonio Ocampo, quien en una entrevista con Los Danieles, hace un mes, confesó que mientras fue ministro nunca tuvo una comunicación directa con el presidente Petro.

“Yo en los nueve meses (de ministro) no tuve ninguna comunicación directa del Presidente. Ni una. Curiosamente cuando uno tenía un tema urgente siempre era a través de Laura Sarabia”, relató Ocampo. “Yo fui Ministro de Hacienda con Samper y yo tenía una, dos o tres llamadas diarias para asuntos del Ministerio de Hacienda”.

Y como Ocampo son varios los altos funcionarios que de una u otra manera han dicho lo mismo en público o en privado. El director de la Unidad de Riesgos, Carlos Carrillo, a quien le tocó asumir luego de tremendo escándalo en la Ungrd, dijo no tener mayor comunicación con Petro. “Hay muchas cosas en las que sería muy valioso escuchar de su propia voz para dónde vamos”, comentó Carrillo.

La gran mayoría de los ministros no tienen reuniones bilaterales con el Presidente: de lo que Petro dice en el Consejo de Ministros los lunes es de donde deben sacar las líneas a seguir en sus ministerios.

En el equipo de Otty Patiño, el consejero de Paz, un día reciente se quejaban de que Laura Sarabia es la que convoca a Otty a reuniones. Y en los primeros meses de Iván Velásquez como ministro de Defensa se contaban en una mano y sobraban dedos las veces que se reunió con Petro.

De hecho, en el último remezón de gabinete, en el que Petro sacó a seis ministros con el argumento de la falta de ejecución, alguno de ellos se preguntaba: ¿y en dónde estuvo Petro revisando la ejecución o dando línea para enderezar el camino?


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El exministro Ocampo, tal vez el economista colombiano que ha ocupado más alto cargo en organismos internacionales, también explicó que el presidente Petro no hizo ni una sola reunión presencial de Conpes, que es en las que se define la política económica y social, que para él son tan o más importantes que el Consejo de Ministros.

Y ese modus operandi de Petro, explica, crea problemas. “Es una cosa francamente casi que grotesca. El Presidente va haciendo declaraciones sin consultar al ministro, como fue mi caso, y después los ministros tratan de interpretar o moderar algunas de las declaraciones”.

“El caso más patético que me tocó fue una declaración del Presidente de que iba a restablecer el control de cambios –relató Ocampo–. Yo pensé en los TES que son los bonos de deuda pública y dije vamos a perder toda esa inversión. Y como era muy difícil hablar con el Presidente directamente yo le mandé un mensaje con Laura Sarabia: ‘dígale al presidente que yo tengo que corregir esto’. Me dijeron que sí que podía hacerlo. Y salí públicamente a decir que hablaba en nombre del Presidente”.

¿Quién gobierna?

Y no es que el Presidente tenga que estar conversando con los ministros pero llega a un momento que cabe la pregunta: ¿Quién está gobernando? Por momentos pareciera que los vasos sanguíneos que deben conectarse para que el gobierno fluya están desconectados.

O si se quiere, quien los conecta a todos es Laura Sarabia. Una mujer de 30 años, que siendo hija de militar se crió en la base de Tres Esquinas, se graduó en la Universidad Nueva Granada, su primer trabajo fue en la UTL del senador Armando Benedetti y conoció a Petro no hace más de tres años en su campaña.

No son pocos los funcionarios, congresistas o empresarios que hablan con Laura Sarabia bajo el entendido de que es como hablar con el Presidente.

Y Laura, cada vez, se toma más atribuciones. En los últimos días habló de la política de reactivación económica, ¿en dónde estaba el ministro de Hacienda o el presidente de la República? La reforma a la salud, que se acaba de presentar, tiene en los metadatos el rastro de haber sido modificada o corregida por un asesor del Dapre, el departamento en cabeza de Sarabia. E incluso, el presidente Petro se enteró que Sarabia le había dado al ministro Bonilla el visto bueno para sacar a Luis Carlos Reyes de la Dian cuando ya era un hecho cumplido.

En alguna oportunidad invitaron a los directores de medios de comunicación a Presidencia para hablar del racionamiento de energía, pero en lugar del presidente Petro los atendió Laura Sarabia.

La misma Sarabia sostiene una suerte de guerra fría con la vieja guardia del petrismo, aquellos que se formaron con el Presidente en el M-19, y en una de las primeras batallas se ha visto ganadora, o al menos así se entendió la salida de Carlos Ramón González, fundador del Partido Verde, de la Casa de Nariño.

Laura no solo goza de la confianza de Petro sino de la de Verónica Alcocer, la primera dama. Y su tarea consiste no solo en ayudarle a llevar las riendas del Gobierno sino también las de su vida.

¿La salud de Petro?

En el reciente congreso de la Andi en Medellín, si bien en general poco se habló de Petro, sí se escucharon algunas manifestaciones de preocupación sobre lo que puede estar pasando en el corazón del poder político del país. El presidente del Congreso, Efraín Cepeda, contó que, una vez elegido, le tomó 45 días lograr reunirse con el presidente Petro.

Y la senadora Angélica Lozano, que apoyó a Gustavo Petro para la Presidencia, comenzó su intervención diciendo: “A mi me preocupa la salud física y la salud mental del Presidente”.

En los últimos días a Petro le ha dado por decir que lo quieren matar. Dijo, sin presentar pruebas, que hay un supuesto plan para “matarlo o sacarlo del poder en los próximos tres meses”. Por supuesto que en un país como Colombia, en donde han matado a candidatos presidenciales, no se puede descartar la preocupación en ese sentido de ninguna persona y menos del presidente de la República.

En el caso de Petro no es un temor nuevo. En un reportaje que le hicieron en 2007, en El Tiempo, narran como Petro dormía todos los días con “una ametralladora” al lado de su cama. “Por si entran en la noche”, decía Petro. Duerme con ella cerca y, de día, la entrega a sus escoltas”. Y en ese entonces le decía a la periodista: “Aquí mismo me podrían matar, pero no le voy a explicar cómo”.

Esa mezcla de desconfianza y de llanero solitario parece haber escalado, ahora con el poder en sus manos, a un grado superior. Y cada vez parece que se agudiza.


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En noviembre se cumple un año de la publicación de una carta en la que la periodista María Jimena Duzán le decía al presidente Gustavo Petro: “Hay fuentes que me aseguran que las razones de sus desapariciones, las cuales se han vuelto cada vez más frecuentes y prolongadas, tendrían que ver con que usted ha querido mantener oculto un problema de adicción. Si eso es cierto, debería sincerarse, primero con usted mismo, y luego con el país que lo eligió, y contarnos lo que le sucede”.

Y decía la periodista que “según varios psiquiatras todo lo que hace un adicto está determinado por su adicción (...) Los adictos creen que la culpa de sus problemas la tienen el mundo y los demás; son incapaces de verse a sí mismos como los causantes de sus propios errores y son unos cínicos inconmensurables. Pero, sobre todo, andan en una permanente paranoia y desconfían hasta de su sombra. Son unos lobos solitarios”.

Hoy, 10 meses después, el presidente no le ha dado una respuesta contundente a María Jimena Duzán. O si, escribió en su cuenta de X: “La única adicción que tengo es al café por las mañanas”.

 

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