Petro perdió la calle. Para él y para la izquierda la calle es vital. Después de su derrota en 2018, sostuvo que volvía al Senado pero “a dirigir un pueblo que debe ser movilizado”. Y movilizaciones hubo, violentas y destructivas, durante las protestas del 2021, protestas que paradójicamente le sirvieron para ganar en el 22, con independencia de que ahora sepamos que fue con trampa. Ya en el gobierno ha insistido en que sus bases salgan a la calle a defender sus propuestas. Pues bien, las movilizaciones a favor de Petro han sido escuálidas y en cambio las de quienes se le oponen son cada vez más numerosas. La del domingo pasado fueron posiblemente las más grandes de la historia.
El "proceso constituyente” queda en entredicho. El “proceso constituyente” parte de la idea de que “el pueblo movilizado” debe actuar como constituyente primario y generar los cambios que Petro pretende. En el pulso en las calles, el constituyente petrista va perdiendo y el de quienes se le oponen se está fortaleciendo. Es claro que Petro no puede alegar que "el pueblo“ está con él. El pueblo que no lo está es mayoritario.
Petro no podrá ignorar que el pueblo somos todos, no solo los petristas. Es lo obvio en una democracia. Petro, en su deriva autoritaria, pretende desconocerlo. Pero la narrativa del pueblo reducido a la facción petrista se da de frente con el hecho innegable de las manifestaciones masivas del pueblo que se le opone.
La sociedad se está politizando. Los sectores de izquierda siempre lo han estado y esa es una de las virtudes de su accionar político. Pues bien, el centro y la derecha están empezando a entender que necesitan reconocerse como sujetos políticos, que lo que ocurre en el barrio, vereda, ciudad y país, los afecta de manera directa a ellos y sus familias, y que deben movilizarse para defender la democracia y sus libertades y para exigir un buen gobierno. Esa toma de conciencia se debe, no deja de ser paradójico, a Petro.
El centro y la derecha empiezan a organizarse. Los sectores sociales de izquierda, aunque minoritarios, están sofisticadamente organizados, y por eso consiguen más y mejores beneficios estatales. Para la muestra los estudiantes de las universidades públicas, sindicatos como Fecode y algunas organizaciones indígenas. El centro y la derecha, en cambio, han estado dispersos y desordenados. Esa realidad está empezando a cambiar y las marchas lo prueban. Aunque tuvieron el importante apoyo de algunos partidos políticos, fueron resultado de distintos grupos ciudadanos no partidistas que, a lo largo y a lo ancho del país, han empezado a organizarse para oponerse a Petro.
De manera que sí, las marchas sí sirven y sirven mucho. Algunos dirán que no sirvieron para tumbar a Petro. Pero ocurre que las protestas no eran para tumbarlo y, más aún, derrocarlo sería un grave error. Si se va a caer, y ojalá se caiga porque está haciendo mucho daño y porque lo merece, será porque se aplique la Constitución y pague por la financiación ilegal y la violación de los topes electorales. O porque intente el autogolpe al que coquetea y termine como Pedro Castillo.
Dicen también que las manifestaciones no lograron cambiar el curso de las reformas en el Congreso. Es cierto que algunos congresistas se han entregado sin pudor ni vergüenza al cohecho petrista. Lo que debemos hacer es aumentar el costo político para esos congresistas vendidos, no desacreditar las marchas.
Petro se hizo el sordo, pero le dolieron en el alma y le advirtieron que si le apuesta al camino del autogolpe se encontrará un pueblo que le resistirá también en la calle. Y lo derrotará.