Continuando las citas del muy interesante documento del ingeniero Virgilio Durán, titulado “Antes del terremoto”, del cual he tomado el nombre para estas crónicas, prosigo con la descripción que hace de los aspectos generales de la ciudad, en los años anteriores al terrible sismo que la asoló en 1875. Se lee que “…la plaza de la Caridad o plazuela del Carmen albergaba sobre su costado oriental en la esquina norte, la iglesia de San Juan de Dios y al sur sobre el resto de la acera, el teatro del Instituto Filantrópico de la Unión. Por la parte de atrás de estas edificaciones se ubicaba el Hospital de Caridad sobre la vega de la Toma del Hospital”.
En este punto considero necesario hacer las precisiones del caso para ubicarnos en el contexto actual y conocer las diferencias que existían en el pasado. Empecemos por recordar que el trazado de la nueva ciudad reconstruida no se diseñó ‘calcada’ sobre las ruinas de la anterior, aunque guardaron algunas similitudes, especialmente en los sitios donde no había nada construido, como fue el caso de los ‘parques o plazas’.
Ahora bien, regresando a la descripción anterior, la Plaza de la Caridad o Plazuela del Carmen, coincide con el actual Parque Colón o Plaza de la Victoria. Antes del terremoto, según la descripción anterior, la iglesia San Juan de Dios quedaba en la esquina de las actuales, calle doce con avenida segunda, y sobre el costado oriental aún no se construía el pabellón principal del hospital. Significa entonces que la presente capilla del hospital, que en realidad se llama Capilla de Nuestra Señora del Carmen, fue erigida después del terremoto en la esquina opuesta y sobre las ruinas del Instituto Filantrópico de la Unión se edificó la sección principal del nuevo Hospital, llamado a partir de entonces San Juan de Dios. Del ‘viejo hospital’ que se ubicaba sobre la vega de la Toma del Hospital, sólo queda el vestigio del recubrimiento de esta Toma, que puede apreciarse a la entrada de la ahora Biblioteca Departamental.
Sigue comentando el ingeniero Durán, “… La parroquia de San Joseph de Guasimal, con su iglesia matriz erigida sobre el costado oriental de una plaza sin nombre, estaba concebida en sentido norte – sur, dentro de una visión comercial que coincidía con las salidas al norte por el rumbo del Lago de Maracaibo, camino del Puerto de Los Cachos, más tarde camino de San Buenaventura, y por el sur, en la prolongación de de la calle del Comercio, laberinto serpenteante de El Caimán, la Vuelta de la Laja, el Puente Cúcuta sobre el río Pamplonita y Alto del Cují, hasta tomar la ruta de Venezuela por el Rosario y San Antonio”.
Esta apreciación de la erección de la iglesia principal del pueblo es absolutamente creíble y estaba dentro del imaginario colectivo de la población de esos días, sólo me asalta una inquietud, toda vez que la ruta al sur era por la prolongación de la entonces calle Mercedes Ábrego y no ‘calle del Comercio’ nombre que apareció muchos años más tarde y no precisamente adjudicada a ese camino, y en cuanto a la ‘plaza sin nombre’, así permaneció por años, conocida sólo como la plaza principal para el uso de las distintas necesidades del pueblo, hasta que en 1940, año de la conmemoración del centenario de la muerte del general Santander, se oficializó su nombre. De todas maneras, esta plaza era el escenario, de los eventos más representativos de la ciudad, pues había sido la principal preocupación de los reconstructores de la ciudad. Apenas un año después de la tragedia, ya se habían instalado las dos ‘pilas de agua’, que aún se conservan (con algunas modificaciones) y los postes de alumbrado (con mecheros de querosén). En 1890, se concretó el cerramiento con rejas de hierro traídas de Alemania y el 7 de agosto de 1893 se inauguró la estatua ecuestre del prócer regional, momento a partir del cual comenzó a conocerse ‘informalmente’ como Parque de Santander.
El relato continúa con una relación de los barrios que ya existían por esa época, hacia el norte, El Páramo, La Playa, El Centro, El Llano, El Callejón y el Tunal y por el sur, El Caimán. Una característica era que estos barrios ‘no estaban bien delineados’ y que había ‘una población flotante que vivía fuera del casco urbano en terrenos sin demarcación urbana´.
La plaza principal, era como en todos los pueblos, el epicentro social y económico. Estaba ubicada entre las calles de los Mártires (calle 11) y de Nariño (calle 10) y las carreras Mercedes Ábrego (avenida 5) y de la Fraternidad (avenida 6). Las vías tampoco se clasificaban en calles y carreras o avenidas, y este solo hecho se presenta para ayudar en la ubicación del lector.
Una de las características olvidadas, aunque en el subsuelo aún perdura, era la acequia de una de las tomas públicas que circulaban por toda la ciudad, que al decir de nuestro amigo Virgilio, “servían para aplacar la sed y apaciguar con sus efluvios el sopor canicular de los afortunados habitantes del centro de la urbe.
Sobre los costados de la plaza estaban, la Casa Municipal al sur, que a la vez cumplía con las funciones de Ayuntamiento, cárcel y oficina de telégrafo. No ocupaba toda la acera, sólo la esquina oriental, donde estuvo hasta mediados del siglo XX, el Banco de la República y hoy, oficinas de la Gobernación del Departamento; hacia el occidente habían viviendas que en ocasiones servían para colaborar en actividades oficiales, como en los días de elecciones en donde se ubicaban las mesas de votación, como era el caso de la ‘casitienda’ de Santiago Lamus.
En el costado norte de la plaza, el lote que era de propiedad de la señora María de Jesús Santander, fue vendido por lotes y en la esquina nororiental (donde está el edificio Seade) se construyó un Teatro o Coliseo, que duró poco tiempo pues con el sismo se derrumbó.
En la calle frente a la iglesia, además de la aduana, que era para entonces más una oficina de registro que de control del comercio exterior, estaban las viviendas de algunos de los ciudadanos más pudientes y de algunos funcionarios que ejercían cargos públicos como el Personero Municipal don Francisco Antonio Soto y su familia. También tenían allí su residencia la familia Estrada Plata, cuyos hijos, notables profesionales, Elías, Joaquín, Francisco, Marco Antonio y Alejo, prestaron invaluables servicios a la ciudad en los años posteriores a su destrucción.