Ha sido cotidiano que la población se queje ante sus autoridades por las faltas de atención a la solución de sus problemas. La quejadera viene de tiempos inmemoriales así que, la presentación de unas más o de otras menos, la gente seguirá haciendo lo mismo, ¡quejándose!
Después de leer los comentarios publicados en los diversos medios de prensa existentes a comienzos del siglo XX en la ciudad, vamos a presentarles, mis queridos lectores, los principales lamentos de los cucuteños.
A finales de 1913, dicen las crónicas que…”algunos dueños de predios ribereños, en la corriente de agua llamada ‘El Brazo’, bien por no sufrir pequeños cercenamientos de terreno, bien por ensancharlo a costa del vecino, se está estrechando, tanto en algunas partes su cauce, que bien pronto sus aguas van a encontrar cerrado el paso, y como es natural, tendrán que desviarse hacia la población. ¿Sería difícil dictar una medida que corrigiese oportunamente el mal? Nosotros creemos que aparte de eso se debería procurar canalizar ‘El Brazo’, sobre todo en aquellas partes en que por los amontonamientos de piedra, el lecho ha ido siendo cada día más elevado y lo cual es causa de que apenas cae una lluvia las aguas rebosen y se desparramen por las carreras en que se encuentran los edificios de mayor valor de propiedad del municipio, o sea el barrio de La Playa.
No sólo amenazada sino atacada de frente y en toda la línea, está la salubridad pública de esta capital con el establecimiento de cordones de lavanderías a mano y casi al desnudo a lo largo del Brazo y de la tomas de Pescadero y Guevara. De las aguas del primero se proveen para la preparación de sus alimentos los vecinos de La Playa; con los de la Guevara se lavan los tambos y las mesa de la carne del Matadero Público, de modo pues, que con esas lavanderías se atenta contra la vida de toda la población, lo que es un crimen. ¿No podrá el señor alcalde, como se hacía el año pasado, enviar un policial para que impida tal abuso? Se le agradecería muy de veras”.
En otra ocasión y algunos meses más adelante, se produjo en el país, pero particularmente en la ciudad, una de sus más importantes crisis, por una decisión del gobierno central de reglamentar un cambio en las monedas de plata que eran de libre curso entonces.
El detonante de la crisis local fue una circular expedida por la presidencia de la compañía del Ferrocarril de Cúcuta en la que “…luego de exponerse algunas razones bien pensadas sobre la probable crisis comercial que producirá el vencimiento del plazo para el cambio de moneda de ley 0.835 se plantea esta cuestión: ¿Qué nos ocasionaría mayor perjuicio, la dicha moneda oficial de ley 0.900 al citado valor o la moneda de 0.835 (ya reducida a la mitad de la existencia) al precio convencional de ciento por ciento más o menos, qué tantas ventajas reportaría?”
Ante este interrogante en un artículo de la prensa local se publicó una columna en la que textualmente se dice: “…si no existiera el peligro de las pérdidas considerables que la desvalorización de la plata (0.835) causará posiblemente a los pueblos circunvecinos, en donde muchos capitalistas, agricultores casi todos, no han cambiado aún sus fondos, tal vez porque no se han dado cuenta exacta de lo que ocurre, el problema no tendría importancia alguna.
Pero lejos de eso, para esta región se prepara una situación excepcional de alarma, que puede conducirnos a graves conflictos y a trastornos sin cuenta. Probado está que el tiempo disponible para cambiar el resto de la moneda de 0.835 no es suficiente, pues hasta la fecha y a pesar de llevar casi dos meses de conversión continua, la nueva moneda de 0.900 no se ve en las transacciones y mucho menos en el mercado redoblándose por el contrario, la circulación de la de 0.835, esto significa que la existencia de esta última es bastante grande y que al perder su valor el próximo 20 de mayo, mucha quedaría en poder del pueblo y el desastre vendría inevitable para la ruina de unos cuantos y la angustia para todos.
Negarse el comercio a recibir la antigua moneda para recibir sólo la nueva, es lanzar sobre Cúcuta una pavorosa crisis en que nadie resultaría tan lastimado como el gremio trabajador, para quien la escasez de ‘sencillo’ constituirá un obstáculo para su modus vivendi modesto y limitado. Y figurémonos, ¿cuál será el terror y cuál será la grita de aquellos a quienes sorprenda el 20 de mayo con moneda de 0.835 en su caja, quizás no cambiada por inconvenientes ajenos a su deseo o por cualquiera otra circunstancia que justifique la demora? A nuestro juicio, pues, el cambio de la plata de 0.835 por la de 0.900 debe efectuarse, pero en un lapso de tiempo mayor, de manera que a todos los puntos del departamento llegue el conocimiento exacto de la situación y haya lugar de verificar la conversión sin afanes ni temores.
Citado como está el Congreso a sesiones extraordinarias, bien puede ser este uno de los puntos que se sometan principalmente a su consideración, y si este ilustrado cuerpo no pudiere resolver la cuestión hasta el mes de julio venidero, cuando se constituya en reuniones ordinarias, entonces el Comercio, la Compañía del Ferrocarril y todas aquellas que manejan sumas respetables deben convenir en aceptar nuestra vieja plata hasta que el gobierno solucione el tópico. Otra resolución sería contraria a los intereses del pueblo, únicos que hemos consultado para contestar la pregunta del señor gerente del Ferrocarril”.
Pues bien, a raíz de las decisiones de mantener la fecha límite para el cambio de la moneda, empezó a presentarse en el comercio una ola alcista que generó desconcierto y desazón entre la población. Esta situación llevó a que se publicaran las consiguientes y tradicionales quejas, tal como se aprecia en el siguiente escrito: “… con motivo del cambio de moneda varios expendedores del mercado han elevado de tal modo el precio de los artículos que se hace necesaria la acción de la policía para corregir el abuso.
Es bueno que vayan acostumbrándose, los que se dedican a la venta de artículos de consumo diario a calcular el valor de éstos por centavos, no computando el cambio de cada centavo por un cuartillo de la antigua moneda, sino ajustando lo que se va a detallar al nuevo tipo de plata corriente. Así un dulce pequeño que antiguamente costaba un cobre, hoy tendrá que ser algo más grande para que valga un centavo; un cartucho de especias que antes valía medio ancho, ahora tendrá que reducirse para venderse a 2 centavos puesto que no hay monedas de 2.5 centavos. El sistema seguido hoy es ruinoso para las clases pobres y en defensa de los derechos de éstos y en bien del público, está obligada la Autoridad a hacerse sentir y a reprimir la especulación que se acentúa con trazas de degenerar en estafa”.
Redacción
Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com