En la crónica anterior se narraban las impresiones del viaje emprendido por el periodista Roberto Restrepo a las tierras santandereanas durante el año 1951, y al final, les proponía a los lectores que analizaran y contrastaran las similitudes y/o las diferencias ocurridas hasta el día de hoy.
Recordemos que en la pasada entrega de esta crónica citábamos las palabras de Roberto Restrepo cuando elogiaba las condiciones en las que estaban nuestros vecinos venezolanos “…si el baño frecuente me hubiera sido menester habría tenido que buscar agua en Venezuela. Los servicios públicos en agua y energía son deficientes, y el alcantarillado está por hacerse.
El gobierno central debiera tenerlo en cuenta y no abandonar a Cúcuta a su propio esfuerzo, tarea colosal que la asfixiaría. El acueducto ha tenido grandes averías y sus servicios se prestan por turnos, la luz eléctrica casi no merece este nombre (…) Los mosquitos, aunque pocos, se hallan a su amaño en la ciudad y no hay modo de destruirlos, aunque allí, a pocos pasos, en Venezuela, las obras de detetización han llegado casi a extinguir las plagas”.
Remataba esta parte de su narración argumentando que los cucuteños eran demasiado “pundonorosos” para aceptar las ofertas de los venezolanos en cuanto a la “cantidad de electricidad que se necesitara”, rechazando los ofrecimientos porque “nuestra dignidad no nos permitía aceptarlas”.
Por eso, continúa el periodista, lanzando el rumor que aunque viejo, comenzaba a difundirse cada vez con mayor frecuencia, en la región noroccidental de Venezuela, y que podría generar desagradables sorpresas; nuevamente se empezaba a hablar de la fundación de la República del Zulia.
Y a propósito de estas insinuaciones, en alguna oportunidad, durante la alcaldía de Ramiro Suárez en 2004, también mencionó la posibilidad de anexarse a esa utópica posibilidad referida, más en broma que como una propuesta seria, tal como las que había utilizado en sus campañas políticas.
Sigue diciendo en su crónica de viaje que “…es por el abandono en que se van dejando ciertas regiones de la patria las que llevan al fin a la exasperación. Los pueblos tienen paciencia, pero al fin hasta la paciencia fatiga.
La región noroccidental de Venezuela tiene también sus motivos de queja contra Caracas, en Maracaibo se produce la riqueza toda de Venezuela, el petróleo, y parece que los poderes centrales de aquel país no devuelven a estas ricas comarcas en servicios y bienestar lo que se merecen.
Este problema debiera ser meditado a fondo en Colombia y Venezuela. Al menos me pareció más serio de lo que él a veces se ha comentado. En Cúcuta una de las ciudades de más activo comercio de Colombia, a lo que contribuye sin duda, el ser puerta de entrada de un país envidiablemente rico como Venezuela.
Sus gentes activas y trabajadoras, saben que el tiempo que se descansa es el único que se pierde. Pero la desvinculación con el centro de Colombia ha traído como corolario un estado anómalo, y es que gran parte de su población, como los venezolanos del otro lado del Táchira, viven del contrabando.
Ahora con las nuevas medidas que han envilecido nuestra moneda, todos los que viven de esta industria hacen nuevos planes para el futuro. Las vegas de Cúcuta, repito, tiene asombrosa fertilidad, sus uvas, por ejemplo, rivalizan con las de California, y puedo decirlo con acatamiento a la verdad, superan a éstas; sus arrozales son pródigos en las cosechas; los árboles frutales de producto exquisito, harían millonario a quien cultivara una hectárea de terreno”.
¿Y por qué no se explotan estas tierras? Pregunta.
“Por dos razones: porque nuestras vías de comunicación no permiten llevar estos productos a donde fuera remuneradora su venta, y sobre todo, porque no hay brazos para trabajar.
Mi interlocutor, que me ve un poco perplejo ante esta última explicación, acaba por aclararme; es que el contrabando da más, muchísimo más que cualquier otra industria. Basta con que uno de nuestros campesinos pase el Táchira una noche (y en tiempos de sequía puede pasarse a pie) para ganar lo que no ganaría en un mes de trabajo al jornal. Pero no es esto lo peor, como es dinero fácilmente ganado, se despilfarra también fácilmente, o en el juego, o en licores, o en chucherías que nuestras gentes compran al otro lado de la frontera”.
¿Pero, y no se tiene suficiente número de hombres para vigilar estas actividades? Nuevamente pregunta el redactor.
“No, responde, son unos pocos hombres y la frontera es muy dilatada. Pero, aunque se pusiera un ejército. No es ya el número de guardias, es la calidad de ellos lo que se necesita. Y esto de calidad es virtud borrada en los servidores públicos. Recuerdo, continuaba diciéndome mi interlocutor, cómo una vez me confesaba un individuo de éstos que estaba de turno, pasó un camión por el puente del Táchira con su cargamento, levantó el guardia la cadena para impedir el paso y se acercó al conductor a interrogarlo sobre su contenido, el camionero extendió un billete de cien pesos al empleado, y éste con toda ingenuidad confesaba después, cuando vi el billete, no sólo se me cayó la cadena que había levantado sino casi se me caen también los brazos.
Es este el fenómeno que estamos viendo en nuestras actividades públicas desde los más altos puestos hasta el de un pobre guardia de frontera, desde el que gana miles de pesos de sueldo más los gajes de las actividades de lo que ahora tan gráficamente se llama ‘serrucho’ hasta el pobre guardia que gana ciento veinte pesos mensuales y que ante un billete de cien pesos no sólo deja caer la cadena que guarda las fronteras sino que dejaría caer hasta su cuerpo todo.
En Cúcuta sólo hace pocos años se arriesgaron sus habitantes a construir edificios altos, de varios pisos y se levantan muros en concreto, todavía se habla del terremoto de 1875 que dejó en ruinas a la ciudad, pero la población no se resigna a quedarse atrás. El incendio que hace algún tiempo destruyó la Plaza de Mercado no amilanó a sus habitantes y hoy sin recursos y con fuerza de voluntad, han logrado salir adelante”.
Las diferencias, estoy seguro, saltan a la vista.
Redacción: Gerardo Raynaud D.
gerard.raynaud@gmail.com
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