

Sorpresa, indignación y asombro, por decir los menos, es la reacción regional y nacional a unas afirmaciones del renunciante ministro de Defensa, Iván Velásquez, con las cuales quiere minimizar la situación de inseguridad que sacude a Colombia.
Según el funcionario que desde el principio del mandato ha ocupado esa cartera, los hechos de violencia que han ocurrido “se han maximizado para mostrar como que durante este gobierno, precisamente se deterioró absolutamente el orden público”.
Desde Norte de Santander le preguntamos al ministro Velásquez si maximizar es que desde el Catatumbo hayan huido unas 54.000 personas para salvar su vida de la guerra desatada entre el Eln y la disidencia de las Farc.
Hay una equivocación en la percepción que Velásquez tiene de esa tragedia humanitaria, porque si él y sus asesores toman la calculadora y hacen cuentas, ese éxodo masivo forzado es equivalente a dos veces el desarraigo ocurrido en todo el año pasado en el país.
Para probar que no hay tal maximización de percepción sino una verdadera tragedia real, es bueno indicarle que esa movilidad humana ocurrida en tiempo récord es prácticamente comparable con Pamplona, que tiene una población superior a 56.000 habitantes.
Eso hasta ahí ya es una mancha indeble para el actual gobierno del cual nadie olvidará que en su periodo ocurrió este violento acontecimiento producto de la profunda crisis y los crasos errores que han afectado a la política de ‘Paz Total’.
Hay más datos estadísticos estremecedores para refutar el argumento del ministro de Defensa de que se están inflando los hechos a los que adicionalmente catalogó que no son tan dramáticos como se han querido presentar.
El Catatumbo, sin embargo, desde sus entrañas contiene argumentos sólidos que ratifican que sí hay algo dramático que ha sucedido como consecuencia de un Estado que le dio la espalda y lo dejó abandonado a sus suerte hasta llegar a convertirse en centro de batalla entre grupos armados que se quieren apoderar a sangre y fuego para ejercer su control ilegal.
Por ejemplo, ministro Velásquez, están los 21 asesinatos -que pueden ser más -registrados en Teorama al estallar esta guerra a mediados de enero.
Esa también es una cifra luctuosa de las más graves características, puesto que ratifica el alto grado de violencia que asedia a esta localidad catatumbera que en 2024, según Medicina Legal, fue escenario de solamente cuatro muertes violentas.
A ese no se le puede llamar ni magnificación ni nada por el estilo, sino una realidad catastrófica que igualmente ha dejado 56 homicidios comprobados hasta el momento en los municipios del Catatumbo, aparte del confinamiento de 32.448 pobladores.
Los dramáticos números corresponden únicamente a otro asunto que también queda para la historia del conflicto, la más grande arremetida del Eln que, copiando estrategias paramilitares, trasladó combatientes desde otras zonas para después ir en una especie de cacería por los pueblos buscando a sus víctimas para asesinarlas y obligar a miles de familias a abandonar la zona bajo intimidaciones.
Por lo tanto, el violento momento que también sacude al área metropolitana de Cúcuta sí es bien dramático y no es puro cuento, porque la inseguridad anda suelta por calles y veredas.
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