La industria fast fashion, o moda rápida, es un fenómeno de consumo que involucra a todo el planeta. Las prendas atraviesan todo el globo, desde su fabricación, hasta que son desechadas a la otra orilla del Pacífico. Según Business Researh Insights, este sector representa US$216.710 millones y se espera que para 2033 de US$285.960 millones, ya que el sector crece a un ritmo de 3,1% interanual.
Esta cadena de la fast fashion comienza en países como China, India, Bangladesh, Vietnam, Indonesia y Camboya. Aquí, empresas como H&M, Zara, Shein o Gap tienen sus plantas o compran a los fabricantes las prendas listas para comercializar en todo el mundo. En toda la cadena de valor de estas prendas, se emite 10% de las emisiones globales de carbono.
“Países como Bangladesh, Vietnam y China tienden a beneficiarse económicamente del fast fashion gracias a su mano de obra barata y cadenas de suministro sólidas, pero enfrentan costos sociales y ambientales severos, como explotación laboral, contaminación y acumulación de desechos textiles. Mientras tanto, las marcas del Norte Global capturan la mayor parte del valor. La producción textil, altamente contaminante, genera externalidades negativas que recaen en el Sur Global”, aseguró Ulf Thoene, profesor de la Escuela de Ciencias Económicas y Administrativas, en la Universidad de La Sabana.
En las naciones productoras, la mano de obra puede costar US$3 al día, es decir, aproximadamente $12.000. Además, en los procesos de fabricación se pueden gastar hasta 79.000 millones de metros cúbicos de agua al año en toda la producción.
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Las prendas, una vez se consigue la venta son llevadas a China, Estados Unidos, India, Reino Unido, Rusia, Francia, Alemania, Italia, Japón y Brasil. Para Clara Inés Pardo, profesora de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario, “China era uno de los países que se beneficiaban de la fast fashion con estos aranceles se afectan al punto que muchos productores están revisando posibilidades de trasladar producción a Vietnam y Camboya para mitigar los aranceles, sin embargo, estas soluciones presentan desafíos ante intervenciones gubernamentales y limitaciones logísticas”.
Sin embargo, con los aranceles impuestos por Trump, de acuerdo con Thoene, “podría hablarse del fin de la globalización si se entiende como el acceso abierto al mercado estadounidense y a complejas cadenas de valor y suministro a nivel global”. Y es que perder un mercado como el de Estados Unidos puede poner en riesgo a estas compañías, donde, a nivel mundial, se fabrican más de 100.000 millones de unidades. Sin embargo, las importaciones chinas de prendas a EE.UU. han venido cayendo desde la primera administración de Trump, de acuerdo con el experto de la Universidad de La Sabana.
Para Pardo, “los efectos son diversos, en general, la presión es considerable sobre este sector, lo que puede obligar a las empresas a reconsiderar sus modelos de negocio y estrategias de mercado para adaptarse a un panorama comercial más restrictivo y costoso”.
Una vez se usa la ropa 10 veces, en promedio, se desecha. Se envían las prendas a países del Sur Global, como Chile, Nigeria o Ghana, y terminan en vertederos o siendo quemadas. Así, se desechan 92 millones de toneladas de residuos textiles. Por otro lado, en los procesos de carga y eliminación de prendas, 500.000 toneladas de microplásticos terminan en el mar.
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“El fast fashion parece insostenible por su enfoque en prendas baratas y efímeras; las iniciativas de “moda consciente” suelen ser greenwashing. Sin embargo, la conciencia ambiental, regulaciones estrictas (como en la Unión Europea) y la economía circular promueven una transformación parcial, generando un mercado dual: sostenibilidad frente al fast fashion tradicional”, asegura Thoene, sobre el nuevo enfoque que busca la industria.
“La sostenibilidad en este sector se ha empezado a trabajar con diferentes estrategias donde una de ellas es la concientización de las personas de usar de manera sostenible y responsable los productos de este sector al integrar estrategias de economía circular”, agregó la profesora de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario. Las compañías se han dado cuenta de que, ante los nuevos consumidores, manejar agendas en temas ambientales para mantenerse vigente dentro del mercado de la moda y continuar aumentando el tamaño del sector a nivel global.
Las prendas colombianas no pueden competir con los precios
En Colombia, el fast fashion “ha perjudicado a la industria local, pero nichos como la moda étnica y sostenible han ganado terreno, aprovechando las tensiones comerciales para competir con calidad e innovación”, dijo el profesor de la Escuela de Ciencias Económicas y Administrativas, en la Universidad de La Sabana. No obstante, “el arancel de 40% ha beneficiado a la industria nacional al equiparar costos con países asiáticos”, afirmó Pardo. Sin embargo, el contrabando ha perjudicado al sector y no hace que la moda nacional sea competitiva.
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