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-Récele a san Antonio –me decía mi mamá, cuando algo se me perdía y no podía encontrarlo, como el cuaderno de tareas. Mi excusa para no hacer tareas, en la escuela, era la de que el cuaderno se me había perdido. Mi mamá no comía cuento y me obligaba a buscarlo entre los cachivaches del morral, pero me recomendaba el padrenuestro a san Antonio. Desde entonces me hice amigo de san Antonio, y lo invoco cada vez que se me pierde algo. Y me funciona. Igual que les funciona a las mujeres que buscan novio. Porque la fe da para todo.
Me acuerdo de san Antonio con frecuencia, porque en Cúcuta son muchas las cosas que se nos han perdido. Se nos perdió la buena fe, se nos perdió la seguridad, se nos perdió la confianza en el vecino.
Hace algunas semanas, nuestra exuberante Secretaria de Cultura municipal, María Eugenia Navarro, andaba en la busca de monumentos perdidos de Cúcuta. La acompañé a Cornejo, en busca de la estructura metálica que adornaba la edificación donde alguna vez funcionó la Aduana y después Tránsito municipal. Más tarde construyeron allí un centro comercial y la estructura aquella, como una pagoda china, que venía de Bombay, según dicen, se perdió. Cogió caminos desconocidos, y alguien nos dijo que en Cornejo había una, parecida. Era otra.
Sé que María Eugenia ha seguido en su insistencia de recuperar cosas perdidas. Ojalá aparezca el monumento en forma de O, de Jaime Calderón. O la efigie que adornaba el patio del antiguo Banco Central Hipotecario. O las placas metálicas de algunos monumentos.
Se nos perdieron muchas cosas. La costumbre de saludar se perdió y la de ceder la acera a los mayores y la de respetar a los ancianos y ayudar al desvalido. Se perdió la solidaridad, la buena vecindad y el respeto a las autoridades.
Se perdieron los nombres de muchas cosas. Al parque de La Victoria se le perdió el nombre, y en su lugar lo llamamos parque Colón. El nombre de Parque Nacional se perdió, y entonces le decimos el Parque de la Bola. El parque Santander tiene el nombre refundido. Todo el mundo lo conoce como el Parque de las palomas.
Se perdieron las babillas que había en el parque de La Fuente, y se perdió la perezosa que habitaba en los árboles del parque Santander, y los micos de ese mismo parque también se perdieron. Sólo falta que también se pierdan las palomas.
Habrá que ponerle una vela a san Antonio a ver si aparecen la dignidad, la transparencia y la honorabilidad de los políticos, que las perdieron hace ya unos cuantos años.
Se perdieron las retretas que daban en el parque los músicos de nuestras bandas oficiales. ¡Claro! Se acabaron las bandas del departamento y del municipio, y no hay quién vuelva a encontrar dicha costumbre.
Se perdió la garra motilona de la que hacían gala nuestros antepasados. Sólo nos queda la estatua de un indio, cuyo significado desconocemos.
Perdimos el entusiasmo que despertaba el Cúcuta Deportivo, y perdimos la vocación basquetera que nos hizo tan famosos.
San Antonio bendito, ayúdanos. Necesitamos encontrar todas las cosas que dejamos perder. Necesitamos encontrar el camino de ciudad buena y sana y alegre que alguna vez fuimos. Necesitamos encontrar de nuevo la verraquera nortesantandereana, el empuje de los que reconstruyeron la ciudad después del fatídico terremoto. Santo Toñito, ¡ten piedad de nosotros!
Me acuerdo de san Antonio con frecuencia, porque en Cúcuta son muchas las cosas que se nos han perdido. Se nos perdió la buena fe, se nos perdió la seguridad, se nos perdió la confianza en el vecino.
Hace algunas semanas, nuestra exuberante Secretaria de Cultura municipal, María Eugenia Navarro, andaba en la busca de monumentos perdidos de Cúcuta. La acompañé a Cornejo, en busca de la estructura metálica que adornaba la edificación donde alguna vez funcionó la Aduana y después Tránsito municipal. Más tarde construyeron allí un centro comercial y la estructura aquella, como una pagoda china, que venía de Bombay, según dicen, se perdió. Cogió caminos desconocidos, y alguien nos dijo que en Cornejo había una, parecida. Era otra.
Sé que María Eugenia ha seguido en su insistencia de recuperar cosas perdidas. Ojalá aparezca el monumento en forma de O, de Jaime Calderón. O la efigie que adornaba el patio del antiguo Banco Central Hipotecario. O las placas metálicas de algunos monumentos.
Se nos perdieron muchas cosas. La costumbre de saludar se perdió y la de ceder la acera a los mayores y la de respetar a los ancianos y ayudar al desvalido. Se perdió la solidaridad, la buena vecindad y el respeto a las autoridades.
Se perdieron los nombres de muchas cosas. Al parque de La Victoria se le perdió el nombre, y en su lugar lo llamamos parque Colón. El nombre de Parque Nacional se perdió, y entonces le decimos el Parque de la Bola. El parque Santander tiene el nombre refundido. Todo el mundo lo conoce como el Parque de las palomas.
Se perdieron las babillas que había en el parque de La Fuente, y se perdió la perezosa que habitaba en los árboles del parque Santander, y los micos de ese mismo parque también se perdieron. Sólo falta que también se pierdan las palomas.
Habrá que ponerle una vela a san Antonio a ver si aparecen la dignidad, la transparencia y la honorabilidad de los políticos, que las perdieron hace ya unos cuantos años.
Se perdieron las retretas que daban en el parque los músicos de nuestras bandas oficiales. ¡Claro! Se acabaron las bandas del departamento y del municipio, y no hay quién vuelva a encontrar dicha costumbre.
Se perdió la garra motilona de la que hacían gala nuestros antepasados. Sólo nos queda la estatua de un indio, cuyo significado desconocemos.
Perdimos el entusiasmo que despertaba el Cúcuta Deportivo, y perdimos la vocación basquetera que nos hizo tan famosos.
San Antonio bendito, ayúdanos. Necesitamos encontrar todas las cosas que dejamos perder. Necesitamos encontrar el camino de ciudad buena y sana y alegre que alguna vez fuimos. Necesitamos encontrar de nuevo la verraquera nortesantandereana, el empuje de los que reconstruyeron la ciudad después del fatídico terremoto. Santo Toñito, ¡ten piedad de nosotros!