Eran las 12:40 del mediodía del martes, 23 de julio del 2002, Nini Johanna Castro tenía 18 años. Acababa de sentarse en el pupitre del salón de clase que colindaba con el portón principal de su colegio, en La Ermita, una invasión que para la época surgía en Cúcuta. A esa hora, el inicio de la clase fue interrumpido por los gritos de una mujer que la llamaba desesperadamente para avisarle que cerca de su casa, habían matado a dos de sus tíos y a su papá.
Ese martes, el Frente Fronteras del Bloque Catatumbo de las Autodefensas Unidas de Colombia, en Norte de Santander, se robó dos carros de aseo de la empresa Proactiva y unos 30 hombres llegaron a la calle 36 de la invasión, muy cerca de la malla del Aeropuerto Internacional Camilo Daza.
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Por las calles polvorientas y enmarcadas por ranchos construidos en tabla y techo de zinc, pasaron los paramilitares armados y llegaron directo a la esquina donde funcionaba un pool.
Utilizando una de sus tantas formas de actuar, en ese sitio un hombre señaló a Jesús María Castro Núñez, y luego a Aníbal y José Ángel Castro Núñez, quienes eran vendedores ambulantes de verduras.
Después de ese señalamiento, los miembros de las autodefensas que operaban en esta región procedieron a ajusticiar a los tres hermanos, por presuntamente ser integrantes de la guerrilla.
Recordar el dolor
Nini Johanna no tuvo tiempo de recoger sus cuadernos. Corrió unas cuadras y llegó directo a buscar a José Ángel, su papá. Cuando estuvo en la esquina, se encontró con una escena que recordarla 22 años después, aún le saca lágrimas.
Aquella jovencita, hija única de José Ángel y Mercedes Solano, llegó a presenciar el horror que jamás imaginó vivir.
Recuerda que cuando vio a su papá ensangrentado no dudó en arrojarse al suelo para abrazarlo. “Quería voltearlo y verlo. Porque quedó bocabajo. Yo gritaba que me ayudaran pues sentía que aún tenía vida. Pero todos insistían que ya estaba muerto. Yo no me resignaba y hasta le sentía su respiración y entonces lo tomé de la mano y de repente me la apretó; ahí todo fue desesperación. Entré en una angustia muy grande y pedía con más fuerza que me ayudaran pero me desmayé”, es el recuerdo de una compungida Nini Johanna, quien muy joven se convirtió en víctima del conflicto armado en Cúcuta.
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A Nini la acostaron en una de las mesas de pool del lugar mientras se recuperaba de su recaída pero no halló calma porque una vez volvió en sí, se paró de nuevo y corrió a donde estaba su papá pero ya todo estaba perdido.
“Hoy recuerdo ese momento y creo que esa apretada de mano de mi papá fue su despedida. Fue la manera que tuvo para decirme adiós. Me duele como si fuera ayer. Teníamos muchos planes y me los arrebataron. Destruyeron una familia y muchos sueños”, dijo.
El triple crimen
Para Nini Johanna la justicia no los ha reparado como debe de ser. En su mirada aún hay dolor e impotencia.
Ella asegura que a sus familiares los asesinaron los paramilitares por una información que no verificaron. “El hombre que llegó señalando a mi tío Jesús, era el hijo de una vecina que estaba enamorada de él y como no consiguió nada, inventó todo para desgraciarnos la vida. Esa mujer dijo cosas que no eran. Ella misma, antes de que los mataran llegó hasta la casa de mi abuela, a decirle que ese día le asesinarían a todos sus hijos y los dejarían como perros”, narró Nini.
La familia Castro Núñez, después de la tragedia, siguió perseguida por los paramilitares. Tanto, que a otro de sus integrantes se lo llevaron a la cancha El Chulo, en Cerro Norte, donde era el epicentro de un botadero de cadáveres que este grupo armado tenía. Por fortuna fue liberado horas después.
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El triple homicidio, como quedó escrito en la sentencia, fue cometido por orden de Jorge Iván Laverde Zapata, El Iguano, entonces comandante del Frente Fronteras de las autodefensas. Los autores materiales fueron Lenin Giovani Palma Bermúdez, alias Alex (asesinado en 2018); Helmer Darío Atencia González, alias Polocho; José Gregorio Díaz, alias La Churca (también asesinado) y José Mauricio Moncada o Moco seco.
Pero meses después, El Iguano se enteró que la información sobre los vínculos de los hermanos Castro Núñez con la guerrilla resultó ser falsa, y como represalia contra el informante ordenó su muerte. “Mandaron a matar al hijo y a la mamá. Y así lo hicieron”, dijo Nini.
Miles de víctimas
Ese horror de los paramilitares en Cúcuta lo vivió la familia Castro Núñez y miles de personas más en Norte de Santander. La cifra de los asesinatos de los ‘paras’, según Justicia y Paz, serían de 13.919 personas entre 1997 y 2005 en el departamento, de los cuales 966 fueron cometidos en Cúcuta, Tibú y La Gabarra.
Nini hoy es mamá de dos hijos y junto con su esposo ha logrado tener un hogar estable. Y eso la reconforta. Pero le duele rememorar sus adversidades porque ahí es cuando más extraña a su papá. “A veces, cuando todo está mal solo pienso en cómo sería mi vida con mi papá vivo y no paro de llorar”.
Está mujer víctima de la violencia está convencida de que en Colombia no hay justicia. “El Iguano pidió perdón pero nadie nos regresó a nuestros seres queridos. Mi abuela, la mamá de los tres hermanos nunca fue reparada integralmente. Mi mamá sufría de nervios y con lo ocurrido empeoró, hoy está en tratamiento constante por un trastorno psiquiátrico. Mientras tanto, los culpables gozan de beneficios y las víctimas en el olvido”, denunció.
Un grito de impunidad
La mujer confesó que nunca pudo perdonar a los responsables de la muerte de sus seres queridos y, ahora que es posible que Salvatore Mancuso, jefe del Bloque Catatumbo, deportado a Colombia desde Estados Unidos luego de cumplir una condena por narcotráfico, es posible que sea dejado libre, la impotencia es mayor para ella.
“Nadie puede perdonar a esa gente, solo Dios. A mí me arrebataron a un papá y unos tíos trabajadores que madrugaban a comprar las verduras en Cenabastos para ganarse la vida y solo con decir “nos equivocamos”, pretenden que ya pase todo. Pues no es así tan fácil. A eso, hay que sumarle que no nos sentimos reparados como debe ser”, es su argumento.
Sobre la posible libertad de Mancuso, ella espera que afronte su proceso en prisión pero es incrédula por todo lo que ya ha vivido. “La justicia no vale nada. En Colombia no hay justicia. ¿Cómo es que una persona que ha hecho tanto daño tiene más beneficios que quienes fueron sus víctimas?”, se preguntó.
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