No es una utopía hacer sinónimos los verbos vivir y soñar, es la esperanza en la visión filantrópica del desarrollo, para trenzar el tiempo bueno de la sociedad y sublimar la vida de los seres humanos.
La hegemonía es el respeto por la autonomía de todos los pueblos, sin distinción, en busca de adherirlos al Bien Común Universal, del cual se genere el principio de equidad que necesitamos reconstruir.
Porque va a sustentar la sana competencia por el renacimiento del humanismo y el liderazgo de los países, relegados en la actualidad al vacío por una sombra moderna que uno no sabe si es cualidad o defecto.
Algo así como una transferencia de las leyes de la naturaleza a las costumbres sociales, políticas y económicas, para dotarlas de la sabiduría y de la perfección que caracterizan a las virtudes.
Los ideales son la mejor protección de la identidad cuando están abiertos, como una ventana misionera, a la consciencia social, sin opresores ni oprimidos, y serán la versión suprema de la verdad del futuro.
Si la hegemonía se inspira en la variante cultural de la convivencia, las naciones – juntas- serán pioneras del orden y la sensatez, en una alianza constitutiva de la gran avanzada para la solidaridad del mundo.
Y debe ser fuente de justicia y responsabilidad, para administrar los derechos de otros, en opciones de poder que consoliden la igualdad, sin lesionar la fragilidad y, menos, la dignidad de nadie.