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Columnistas
Un vacío en el corazón de nuestra cultura
La muerte de Julio César García Herreros Prada nos tomó por sorpresa. Inesperada, como casi siempre llega la muerte.
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Martes, 23 de Diciembre de 2025

La muerte de Julio César García Herreros Prada nos tomó por sorpresa. Inesperada, como casi siempre llega la muerte. Hace apenas unas semanas, en esta misma columna, lo mencionaba por su parentesco con el padre Rafael García Herreros y, más atrás, con el prócer Santander. Pero Julio no necesitaba linajes históricos para estar presente: consagró su vida entera a la difusión y el sostenimiento de nuestra cultura en y fuera de Norte de Santander.

 Esta casa periodística y varios amigos ya han rendido merecidos homenajes tras su partida, con palabras que exaltan su trayectoria. Para no repetir lo ya dicho, quiero empezar ofreciendo mis más sinceras condolencias a su familia. El pesar es inmenso, porque perdimos a un trabajador incansable, comprometido hasta el final con su misión.

 Lo conocí personalmente en su oficina de la “Biblioteca Pública Julio Pérez Ferrero”, ese espacio que dirigió con dedicación absoluta. Desde allí atendía a todos con una cercanía que desarmaba cualquier formalidad: estudiantes, investigadores, artista, gestores culturales, en fin. Siempre con tiempo para una conversación, una recomendación o un consejo. Era directo en sus decisiones, pero amable, cálido y espontáneo en el trato.

 Sus obras fueron muchas, pero me detengo en una que me parece emblemática: el Fondo regional de autores nortesantandereanos. Junto a Marlene Navas, Lolita Mora, Leydi Morales y otras personas comprometidas, lo construyeron con un empeño que es inagotable. Recopilaron voces locales, preservaron textos olvidados y los pusieron al alcance de todos. Ese fondo es un tesoro vivo que habla de nuestra identidad, de nuestras raíces, y que hoy nos recuerda cuánto le debemos a su visión.

 Recuerdo especialmente hace un año, cuando logró el permiso para reeditar la obra completa del ilustre escritor pamplonés Jorge Gaitán Durán, tras convencer a su hija de permitirlo. Me comentó entonces, con una satisfacción que le iluminaba el rostro, cuánto significaba para él haber cerrado esa gestión. Sabía que estaba rescatando un parte esencial de nuestra memoria literaria.

 Lo mismo sentí hace pocos meses, al encontrarnos en la Fiesta del Libro de Cúcuta. Ojalá esa celebración se mantenga con el mismo rigor y orden que él le imprimía: un evento que extendía la lectura más allá de las paredes de la biblioteca, llevando autores, talleres y conversatorios incluso a municipios como Tibú, Ocaña o Sardinata.

 Julio fue de esos hombres que dejan huella profunda. No solo por lo que construyó, sino por lo que enseñó sin proponérselo: que la cultura regional no era un adorno, sino el hilo que nos une como comunidad. Su ausencia deja un vacío que duele, pero también una enseñanza clara: nos corresponde a nosotros seguir alimentando ese fondo, organizando esas fiestas, preservando esas voces.

Gracias, Julio, por todo. Que la misma tierra que tu antepasada, doña Juana Rangel de Cuéllar, donó generosamente para fundar nuestra Cúcuta, también a ti te sea leve.


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