Muchos en el mundo ven horrorizados las primeras semanas de gobierno de Donald Trump. Lo que no entienden es que Trump representa un sentimiento aislacionista, nacionalista, proteccionista y populista que siempre ha existido en los Estados Unidos y fue fuerte hasta 1932. Es la primera vez que esa política llega al poder y todo el establecimiento aún trata de acomodarse a una reglas nuevas de trato que chocan con las que anteriormente existían.
Las dos preguntas son, primero, si esto representa una amenaza y un cambio de fondo o es solo en la forma como la primera potencia del mundo se relaciona con los otros países y regiones del mundo. Y, segundo, cuáles pueden ser las consecuencias.
Sin duda el péndulo del libre comercio se devuelve. Los costos en una clase media baja que perdió su empleo en manufactura alimenta ese sentimiento que triunfó en el Brexit y en las elecciones americanas. Una victoria de Le Pen en Francia fortalecería esta ecuación y haría de este cambio algo mucho más profundo y duradero. De ahí la importancia de las elecciones francesas.
En Latinoamérica su efecto va en doble vía. En primera instancia dándole aire a ese discurso populista que se había agotado pero que con cada acción de Trump, empezando por el muro, retoma fuerza y revive como el ave Fénix. Flaco favor le hace Trump y su discurso a los amigos de Estados Unidos en el continente.
Por otro lado el libre comercio sufre un duro golpe ante el discurso proteccionista de los Estados Unidos. La izquierda ve con gran complacencia que sus posturas contra la globalización hoy tienen un aval ni más ni menos de un Presidente de derecha. Jamás nos imaginamos esa ironía política.
En cuanto a los efectos prácticos quien más va a sufrir es México cuya dependencia del mercado de Estados Unidos lo hace muy vulnerable al tipo de presión económica a la que Estados Unidos lo quiere someter. ¿En qué términos será la renegociación del Nafta? ¿Qué pasará con el tratado de libre comercio con Centroamérica?
Sin duda el discurso de Trump alentará a la oposición peronista contra Macri y fortalecerá el tradicional discurso económico-nacionalista de Brasil. Es muy posible que frente a Cuba se congelen las expectativas que había abierto Obama y con Venezuela como primer orden del día se pongan las reclamaciones por expropiaciones contra las empresas, en especial las petroleras, por cuenta de los gobiernos de Chávez y Maduro.
Y con Colombia el tema de las drogas volverá a ser parte central del discurso y de la agenda bilateral.
Con 200 mil hectáreas de coca, la cifra más alta de la historia, el departamento de Estado y el Departamento de Justicia retomarán esa agenda descuidada por ambos gobierno en los últimos seis años. La verdad después de los éxitos hasta el 2010, 45 mil hectáreas de coca, Colombia no hizo la tarea y hoy ve como se retrocedió más de 20 años en materia de lucha contra los narcóticos.
América Latina no está preparada para un cambio de panorama comercial de esta naturaleza. Chile, Perú, Panamá y México, con su apertura al Asia, son economías más integradas a otros mercados. Colombia con su desastre económico hoy no tiene oferta exportadora, no tiene política comercial y no utilizó la bonanza petrolera del 2010 al 2014 para afrontar un reto como el que plantea Trump.
Un sistema multilateral latinoamericano débil no ayuda en la búsqueda del único camino serio para nuestras economías: la integración regional. Si algo positivo tiene el discurso nacionalista y proteccionista de Trump es que por primera los países al sur del Rio Grande deben mirarse al ombligo y entender que la supervivencia de nuestra sociedades y nuestras economías depende de una integración real, sin ideologías, sin barreras y con equidad.
La cuestión inmediata es, en un continente tan polarizado, y con el discurso fácil del nacionalismo y la protección, ¿quién le pone este cascabel al gato y asume el discurso racional de la integración?