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Trump confrontado por sus seguidores
A Trump no le queda sino entender que su gobierno y sus propuestas finalmente enfrentan una creciente oposición ciudadana.
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Sábado, 8 de Noviembre de 2025

Desde el inicio del gobierno de Trump, se empezó a especular sobre cuánto tiempo duraría gobernando al ritmo de su arbitrariedad, de sus caprichos y de sus intereses, con el mismo comportamiento del dueño de un negocio con su mentalidad, no de empresario sino de especulador ventajista, a la caza de oportunidades con la vieja argucia de hacer propuestas inaceptables para, a partir de ellas negociar, logrando el mayor beneficio.

Y lo hace por fuera de los procedimientos establecidos para las negociaciones y acuerdos con otros países, pasándose por la faja los compromisos y convenios previamente definidos; sencillamente imponiendo su poder. Comportamiento que finalmente empezó a evaluar la Corte Suprema de Justicia.

Trump, sencillamente desconoce lo acordado y de manera arbitraria y calculada pone, como sacados del sombrero del mago, unas condiciones que son inaceptables, para acorralar e intimidar al otro, y luego plantearle una negociación donde lleva las de ganar y que, “agradecido”, el otro país acepta.

Trump vende sus arbitrariedades a sus electores, con el ya manido discurso del Make America great again, soñando con los Estados Unidos de hace medio siglo cuando, en Occidente, era la potencia económica y tecnológica indiscutida. Ya no tiene el poder económico para doblegar a un mundo que se ha fortalecido y diversificado, cada vez más libre de los dictados y caprichos de Washington. No le queda sino el chantaje para doblegarlo, con consecuencias contrarias a lo que pretende, pues es quimérico aumentar la producción norteamericana simplemente subiendo aranceles, en un mundo con una economía globalizada.

El resultado es abrirle el camino a un aumento de la inflación norteamericana, especialmente en los alimentos. Bajarle los impuestos a los más ricos, no va a aumentar automáticamente las inversiones, pero si reducirá, de una, los ingresos de un Estado que ya carga con un enorme y creciente déficit fiscal; es el camino directo para aumentar la emisión monetaria y con ello, la inflación.

La solución trumpista a esta situación es simple, recortar y aún suprimir programas gubernamentales dirigidos a amplios sectores poblacionales, que parece olvidar que son sus electores, en temas tan fundamentales como la salud y la educación.

Las arbitrariedades presidenciales prepararon el terreno para su derrota electoral el pasado domingo, que marca el comienzo del fin del cuento de Trump, con el cual había movilizado y galvanizado a los republicanos, que estaban huérfanos de dirección, y enfrentando a unos demócratas, desorientados y desgastados, luego del gobierno de Biden y la falta de claridad de  Kamala Harris.

La inflación pone a la defensiva a los ciudadanos con el gobierno, a lo cual se añade el desempleo y la inseguridad, que condujeron a la elección del pasado domingo donde, según la representante republicana por La Florida, María Elvira Salazar, en las votaciones en New Jersey y Virginia, el 25% del voto hispano, tradicionalmente republicano, fue para los Demócratas. Algo semejante sucedió en California.

A Trump no le queda sino entender que su gobierno y sus propuestas finalmente enfrentan una creciente oposición ciudadana. A los republicanos, que llegó la hora de aterrizar y bajarse del embrujo de Trump, con voces nuevas que convoquen y lo saquen de esa trampa y a los Demócratas, encontrar y apoyar a un líder nuevo que los saque del hueco en que cayeron. Con todas sus falencias, la política norteamericana tiene la fuerza y el pragmatismo para reinventarse, apoyada en sus raíces.


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