La tragedia de Mocoa, Putumayo, es apenas la última en una serie de eventos climáticos que van a aumentar en intensidad y que por ende pondrán más población en riesgo a lo largo y ancho del país.
La característica fundamental del cambio climático es una: eventos extremos. Es decir sequías más largas y acentuadas y lluvias más fuertes y más concentradas. Lo de Mocoa hace parte de un patrón que se va a acentuar en las próximas décadas. El país, a pesar de los anuncios a los que nos tiene acostumbrado este Gobierno, no se ha preparado y por eso nos debemos alistar para que lo de Mocoa no sea una excepción sino la regla.
Un ejemplo de las crisis que se vienen: las ciudades costeras. Un análisis que hicimos en el gobierno Uribe, en 2009, con la Dimar sobre los efectos en las ciudades de la costa por el aumento del nivel del mar por cambio climático, es dramático. En los últimos 20 años, el nivel del mar ha aumentado casi 8 centímetros y se espera que en el año 2100 suba casi 2 metros. Si sube 50 centímetros el mar llega hasta la carretera en Pozos Colorados. Santa Marta, el Laguito y Castillo Grande en Cartagena desaparecen, lo mismo que el frente de playa de Tolú y Coveñas y en San Andrés desaparece el 30 % de la isla.
Contrario a lo que sucede en los países desarrollados, se sigue construyendo masivamente a borde de playa sin freno alguno. Y obvio en unos años sucederá lo inevitable: inundaciones masivas en las zonas costeras con la consiguiente pérdida de vidas humanas y de patrimonio económico.
El modelo energético colombiano depende de hidroeléctricas que están situadas en las regiones del país, donde la precipitación va a disminuir cerca de un 30 % en los próximos 30 años. ¿Qué vamos a hacer? Y 600 municipios toman el agua de quebradas o ríos que se van a secar durante largas temporadas o se vuelven peligrosas riadas en invierno como pasó en Mocoa.
¿Colombia se ha preparado para regular el agua y guardarla durante el invierno? No. ¿Para abastecer esos municipios en los largos veranos? Tampoco. El presidente Juan Manuel Santos creó el fondo de adaptación ambiental luego del desastre en el Caribe en el 2010. ¿Qué pasó? Quedó en manos de sus amigos políticos y se despilfarró el dinero. Los 100 billones de pesos de la bonanza petrolera se malgastaron en mermelada que se robaron los políticos. No hay nada que mostrar.
Colombia debe crear cientos de pequeños embalses que generen agua y energía en el verano para esos 600 municipios y controlar las peligrosas quebradas y riachuelos en el invierno. Hoy, como tenemos agua suficiente no nos preocupamos de lo que va a suceder en 30 años y nos lamentamos de tragedias como la de Mocoa, cuando ya es demasiado tarde.
Hay que tomar en serio el cambio climático. Las inundaciones en las ciudades obligan a mejorar los desagües y a cambiar las especificaciones para obra pública y para vivienda. La agricultura, fuente principal de consumo de agua, se verá afectada de manera dramática. Se necesitan líneas de crédito para reservorios y riego por goteo.
Mocoa era una tragedia prevenible. Hay que buscar ya las futuras ciudades y pueblos en riesgo y montar sistemas de monitoreo. Los alcaldes deben tomar en serio el sistema de prevención de desastres y diseñar planes de alarma y evacuación mientras llegan medidas más permanentes. Tumaco, en inmenso riesgo de Tsunami, no tenía ese sistema hasta que con la Armada lo diseñamos y lo pusimos en ejecución en 2006.
Es mejor prevenir que lamentar decía mi mamá. Pues bien con los eventos extremos causados por el cambio climático prevenir ya no es opción. Si no tendremos más muertos evitables como eran los más de 300 fallecidos de Mocoa. Todos tenemos que asumir la responsabilidad de que no se repita.