Decían los abuelos que enero era un mes al que había que pelarle el ojo, tenerle cuidado, incluso miedo, porque lo que sucediera en este mes seguiría sucediendo todo el año. Al primero de enero lo llamaban Espejo del año.
De manera que los enguayabados de ese día, seguirían todo el año con sed, con dolor de cabeza, apendejados, anhelando un alkaseltzer, una jarra de aguapanela bien fría y aguantando la cantaleta de la mujer, además del remordimiento de conciencia por el oso que hicieron, a la hora de los besos y abrazos de la media noche del 31.
Las deudas con que ese día se amaneciera, seguirían atormentando todo el año, con las amenazas y peleas de los cobradores, los chepitos y los agiotistas.
Para los que acostumbraban el desenguayabe y el paseo al río para el consabido sancocho trifásico, era muy probable que dicho rito se siguiera repitiendo a lo largo de los doce meses.
Después venían las cabañuelas, donde cada día representaba un mes. Según fuera ese día, así se comportaría ese mes. Por ejemplo, si el día 3 de enero era caluroso, marzo sería un mes de calores intensos. El día 4, era el de las lluvias de abril, y así sucesivamente.
Pero el cuento pasó. Ya nadie habla de las cabañuelas ni del espejo del año. Nadie se preocupa por comparar los días de enero con el resto del año. Sin embargo, enero sigue siendo un mes tristón, de ilusiones marchitas, de sueños que no se cumplen y de dietas que no se comienzan. Enero es un mes de mucha pensadera, de muchos proyectos y de mucho miedo. El culillo es compañero de este mes para los desempleados, para aquellos cuyo único oficio es repartir hojas de vida, para los que no tienen cómo pagar los enculebramientos de diciembre.
Enero es un mes triste, aburrido, lleno de nostalgias y desamores. Por eso digo que siquiera se acabó enero, un mes en el que se marcharon para siempre grandes amigos, un mes de indecisiones, un mes sin villancicos, sin perniles de cerdo, sin el burrito sabanero y sin la víspera de año nuevo estando la noche serena.
Siquiera se fue enero, a ver si en este febrero que está comenzando, las cosas mejoran, las deudas se pagan y Maduro, por fin, se cae.
A ver si en este febrero aparece algún camello (no los del pesebre, sino de los de camellar) para los que lo andan buscando. A ver si los venezolanos abandonan nuestras calles y pueden regresar a su país. A ver si este miercolero llamado mundo se compone.
Febrero es un mes distinto, suave, corto, zanahorio; los niños se van para el colegio y dejan descansar a los papás; los contratos se renuevan y los políticos comienzan a mostrar sus cartas.
Siquiera se acabó enero, porque ya no quedan faltando sino once meses para que vuelvan las fiestolainas de diciembre con novenas bailables y aguinaldos y regalos. Siquiera se acabó enero, porque como el tiempo vuela, dentro de poco estaremos otra vez danzando al ritmo del Burrito sabanero y de La víspera de año nuevo estando la noche serena.