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Si la vida te da limones…
Por su tapabocas no podía verle la sonrisa, que yo adivinaba hermosa: una mujer que acaricia un limón mientras lee con fervor un poema, sólo puede tener una sonrisa hermosa. 
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Jueves, 24 de Febrero de 2022

Vi en días pasados, en una cafetería, una muchacha con un limón en la mano: lo acariciaba, lo consentía, lo olía, mientras se entretenía leyendo un libro de poemas. Con el rabillo del ojo la observé y me di cuenta que disfrutaba tanto de la lectura como del aroma del limón. O acaso, las dos cosas, la poesía y el aroma del cítrico, le llegaban muy adentro.
   
Tuve la intención de acercármele, para preguntarle sobre su afición a los versos y a los limones, que a mí también me gustan, pero estaba tan concentrada que no quise interrumpirla. Soy tímido por naturaleza y me dio vaina entablarle conversación, de desconocido a desconocida. Podía malinterpretar mis intenciones, o esperaba a alguien o sencillamente quería estar sola con un libro y un limón, y le chocaría que cualquier aparecido le dañara su arrobamiento.
   
Tenía sobre la mesa un pocillo de café negro, seguramente cerrero, fuerte y sin azúcar (el que a mí me gusta), pero no tomaba. La poesía todo lo llena. Como en el poema de Neruda: “Todo lo llenas tú, todo lo llenas”.  
   
Por su tapabocas no podía verle la sonrisa, que yo adivinaba hermosa: una mujer que acaricia un limón mientras lee con fervor un poema, sólo puede tener una sonrisa hermosa. 
   
Me gustan los limones, la poesía y las sonrisas bellas. Las primeras veces que monté en carro (de Sardinata a Ocaña para ir a estudiar) el mareo me agarraba por su cuenta. De nada valían el mareol que tomaba, ni el papel periódico que me metía en la espalda, ni el ayuno forzado durante el viaje. Lo único que calmaba mis náuseas era un limón para olerlo. Cinco o seis limones me echaba mi mamá en la mochila de fique que yo llevaba al internado y de la que se reían mis compañeros de ciudad. Yo no tenía morral de cuero ni bolso de lona para llevar a los paseos en el internado, sino mi mochilita de fique. Y en ella cargaba los limones que tanto bien me hacían en los viajes en carro.
   
Desde pequeño fui adicto al limón: jugo de limón para la indigestión, limonada al almuerzo, agua con limón para la sed, limón para los viajes y hasta unas gotas de limón para las peladuras de los pies por las cotizas apretadas. Uno chillaba y brincaba, pero la peladura sanaba. Después de grande, rodajitas de limón para acompañar el aguardiente. En el solar de mi casa, en Las Mercedes, siempre hubo un palo de limón que daba frutos todo el año. Nunca le faltaron limones a  mi limonero.  
      
En la juventud me volví adicto a los versos: Poemas para  las muchachas, poemas por un amor perdido, acrósticos para venderles a los compañeros de colegio, poemas para todo. En unas tablas que acomodé con ladrillos en un rincón de mi alcoba como biblioteca, nunca faltaron los versos: Cote Lamus, Neruda, García Lorca siempre fueron mis compañeros de alcoba. Después de grande ya tuve un estante decente para libros y entonces los versos tuvieron allí un lugar preferencial. 
   
Por eso me llamó la atención esta muchacha que conjugaba en una sola sentada mis tres aficiones: limón, poesía y sonrisa bella. La poesía consuela tristezas y alivia dolores, el limón calma dolores y alivia peladuras, y una sonrisa bella alegra la vida.
   
Por algo García Márquez dijo que la poesía salvará el mundo. Los arrieros dicen que si la vida te da limones, haz una limonada. Y a mí me gustan las sonrisas hermosas para alegrar la vida.  

gusgomar@hotmail.com   

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