Hace unos años, cuando la popularidad y el prestigio del ex presidente Lula estaban en su cenit, vino a Colombia invitado por la Fundación Éxito y dio una excelente conferencia sobre su política social, cómo se había reducido la pobreza en su país durante su presidencia y cómo había mejorado la distribución de la riqueza como consecuencia de haber subido dos veces y media el salario mínimo, aparentemente sin que esto hubiera exacerbado la inflación o afectado el empleo de la población que recibía ese salario.
Durante el almuerzo reiteró que los aumentos del salario mínimo y un programa similar a Familias en Acción habían aumentado la capacidad de consumo de los habitantes, especialmente los de menores ingresos. Los técnicos presentes en este evento, en parte atraídos por el discurso de una personalidad que posee un carisma arrollador, y en parte admirados por los resultados, no expresamos escepticismo sino curiosidad, tratando de entender cómo había obtenido resultados que nos parecían improbables.
A él no le quedaba duda de que había encontrado la piedra filosofal y que estábamos equivocados. La semana pasada cuando el gobernador de California, Jerry Brown, anunció que iba a firmar el proyecto de subir el salario mínimo en California de 10 a 15 dólares por hora en los próximos seis años y los candidatos demócratas a la presidencia, Hillary Clinton y Bernie Sanders, respaldaron públicamente la medida se revivieron las dudas que había despertado el encuentro con Lula y mi interés en el tema.
Brown ha sido tres veces gobernador de California y en una de esas veces, en los años 70, fue pareja de Linda Ronstadt, una exitosa roquera de origen mexicano que se deslizaba por los corredores de la gobernación en patines, mini shorts, chaleco y botas de lentejuelas coordinadas. Sin duda esto tuvo algo que ver con su respaldo al alza en el salario mínimo.
Pero la medida no es tan audaz como parece. En ciudades como San Francisco, Los Angeles y San Diego, los salarios más bajos pueden superar ya quince dólares. Esto hace que el aumento que se anuncia como parte de una política para mejorar la distribución del ingreso tenga un impacto más gradual y menos dramático.
En el Valle Central, que es esencialmente agrícola, se están preguntado si no va tener el efecto contrario porque el aumento puede acelerar el ritmo de mecanización y hacer caer el número de puestos de trabajo que pagan salario mínimo.
La sorpresa de esa semana fue que el gobierno conservador de Gran Bretaña decidió también elevar el salario mínimo de 6.7 a 7.20 libras esterlinas, y a 9 libras en 2020, ostensiblemente para redistribuir riqueza. El ministro de finanzas del Reino Unido cree que con esta medida puede aumentar el salario de millones de trabajadores sin afectar la bonanza de empleo que ha llevado la tasa de desempleo a 5.1 por ciento de la fuerza de trabajo, una de las más bajas en Europa (Financial Times, marzo 29 de 2016).
Dejemos que California e Inglaterra hagan el experimento. Ellos se pueden dar ese lujo y tomar el riesgo. Brasil lo intentó, pero mantuvo todo el tiempo la tasa de interés más alta del mundo y descuidó por muchos años la inversión pública para obtener transitoriamente victorias sociales que probablemente ya fueron obliteradas por la crisis.