El 14 de junio de 2012, Daniel García Peña presentó su renuncia irrevocable al entonces alcalde de Bogotá Gustavo Petro, pese a ser su más fiel amigo y compañero de lucha. En la misiva le expresaba que “un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota. La democracia no es sólo un ideal, sino que implica prácticas de respeto y solidaridad, especialmente cuando se trata del uso del poder al servicio de la transformación social. La repetida impuntualidad no es nada distinto a un profundo irrespeto por los demás. La política del amor no es sólo una bella frase, sino un profundo replanteamiento de la política.”
Para nadie era secreto la personalidad del hoy mandatario Petro. Fuimos muchos los que advertimos en campaña las consecuencias que podía traerle al país un triunfo del déspota Gustavo. Pero, con el cuento de que las instituciones en Colombia eran fuertes a diferencia de las de los países vecinos, muchos comieron cuento y votaron por él. ¿Instituciones fuertes, un congreso en el que cada decisión depende de contratos y puestos; y unos organismos de control elegidos por ese mismo parlamento corrupto? No me hagan reír.
Ese talante déspota y antidemocrático del presidente se comienza a ver con pasos de gigante.
Empecemos por el fuerte llamado que hizo la Fundación para la Libertad de Prensa al presidente por sus constantes ataques a los medios de comunicación. Para esta organización, “la frecuencia con la que el presidente controvierte a la prensa deja entrever una estrategia para posicionar su narrativa y su agenda en redes. Del mismo modo, pretende sembrar la duda ante la audiencia, sobre la idoneidad de los medios para hacer su trabajo.”
Hemos visto cómo en América Latina, los gobiernos autoritarios imponen una narrativa en la cual no caben críticas ni ninguna otra versión del país más que la oficial; alarma que Colombia esté entrando en ese campo minado donde nuestra democracia quede en jaque.
Otro hecho que preocupa es el llamado que el presidente ha hecho a la ciudadanía para que se debatan las reformas del gobierno en la calle. Bien lo dijo el senador Humberto de la Calle: “Sabemos pasión de Petro por la calle, pero cambiar reflexión sobre temas complejos por la estadística de la algarabía en las calles es un retroceso democrático. Además, si la respuesta del gobierno a una marcha opositora es una contramarcha, el derecho protesta se ve menoscabado… Uno entiende que Petro fue elegido para el cambio. Y apoyamos muchas de sus ideas. Pero afirmar que las reformas fueron aprobadas por el pueblo cuando él fue elegido, es grave distorsión del equilibrio de poderes. Y preocupante concepción del poder.”
Hoy el país no conoce las reformas, el gobierno no ha sido claro en la información, lanza dardos para medir aprobación y el sustento de algunas ha resultado falso.
Frente a la relación con Venezuela, todos entendimos la importancia de restablecer las relaciones con fines humanitarios y económicos; pero nunca se avaló por parte de la ciudadanía esa compinchería del régimen dictatorial y traqueto. ¿Qué tal la visita de la primera dama pidiéndole asesoría en los programas sociales a un país en el que en el año 2021 el 94% de la población estaba bajo el umbral de la pobreza y 76,6 % vivía en situación de miseria? ¿No será más bien que se están asesorando en cómo perpetuarse en el poder a través de los subsidios a la gente?
La paz total cada día asusta más. ¿Cómo es posible que las disidencias de las Farc se paseen por las calles y las escuelas rurales del norte de Antioquia, adoctrinando niños y familias y el gobierno guarde un silencio cómplice? ¿Aceptarán esta fachada de reclutamiento? ¿Este era el fin del cese bilateral? ¿Volveremos a la época de la vagabundería del Caguán?
El país va rumbo al abismo, más evidencia no puede haber del talante antidemocrático del gobierno. Advertidos estamos.
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