Por estos días ya empieza a hablarse del reinado nacional de la belleza, y se habla de la reina de Norte de Santander que nos representará en aquel reinado. Recuerdo, entonces, cuando hace algunos años, era en las fiestas de Chinácota donde se elegía a la miss nortesantandereana, que iba a Cartagena a luchar, a calzón quitao, por ganar el cetro y la corona nacionales. ¡Tiempos aquellos!
Por eso en mi reciente libro “El pueblo de los molinos de viento y otros relatos” hay un artículo sobre el asunto, del que hoy recojo algunos fragmentos:
“Los que no podíamos ir a Cartagena al Reinado nacional de la belleza, armábamos viaje todos los años a Chinácota a sus Ferias y Fiestas. Pero las fiestas allí no eran unas fiestas más, de las que se dan en todos los pueblos, donde la gente goza y parrandea tres días seguidos y hasta más, hasta que el cuerpo y el bolsillo, rendidos, no dan más.
“En Chinácota la cosa era distinta. Por un lado, la amabilidad de los chinacotenses, su gran corazón y su deseo de hacer quedar bien a su terruño, y por otro, porque allí se llevaba a cabo el reinado departamental de la belleza. Para ir a Cartagena a representar a Norte de Santander, la reina debía haber ganado en franca lid en el reinado que se disputaba en las Fiestas de Chinácota.
“Nos reuníamos varios amigos, hacíamos un parche y una vaca, reservábamos una cabaña, de las hermosas que abundan en Chinácota, y nos largábamos a olvidarnos del mundo y sus problemas.
“Llegábamos desde el jueves para ir prendiendo motores, porque el viernes, temprano, comenzaban a llegar las reinas con sus comitivas, sus comparsas y sus comités de gritos y de aplausos. El primer desfile de carrozas se hacía el viernes en la tarde por las calles de la ciudad, en el cual cada comitiva sacaba a flote su creatividad en el arreglo de su respectiva carroza, y en el impacto que debía causar la reina entre el público, que se congregaba en las aceras a admirar y vitorear a la candidata de sus preferencias. Las reinas, todas hermosas, venían en representación de diferentes municipios, cada una tratando de hacer quedar bien a su región. La de Ocaña tiraba cocotas a la matusa, la de Pamplona reglaba colaciones, la de Convención tiraba besos con la dulzura de la panela, la de Durania mostraba matas de café en sus arreglos… Era la fiesta de la belleza y la integración regional. Cada comparsa llevaba uno o dos conjuntos musicales y muchos seguidores a pie que promocionaban a su candidata con bullaranga y alegría.
“En el parque, las reinas eran recibidas por el alcalde, que dictaba el decreto de solemne apertura de las Ferias y Fiestas de Chinácota y el Reinado departamental de la belleza nortesantandereana. El decreto ordenaba que todo el mundo debía salir a parrandear. Se conminaba a las esposas para que hicieran un paréntesis en sus trifulcas hogareñas y salieran junto con sus maridos al disfrute colectivo. Era prohibido estar triste o alejado de las fiestas. Mientras duraban las fiestas se suspendían las clases en los colegios y la atención en las oficinas públicas. El parque y las calles se habilitaban como pistas de baile las veinticuatro horas del día. La policía estaría atenta a cualquier bochinche, pero se solicitaba a la ciudadanía disfrutar en paz la temporada.
“Pero un mal día la sede del reinado departamental se la quitaron a Chinácota. Desde entonces las fiestas se vinieron a menos. ¡Qué pesar!”