La bullaranga comenzaba en junio. Don Antonio sacaba las primeras cometas del año y las exhibía por los lados de la Terminal de Transportes. Extendía una cuerda de alambre, desde un poste de la luz hasta un árbol de almendro que se llenaba de brisa, y en ella colgaba las cometas que él y su mujer fabricaban por los lados de Cerro Pico, en la ciudadela Atalaya.
La glorieta se iluminaba de colores y figuras (gavilanes amarillos, aviones dorados, águilas azules, rombos grises), que hacían de plástico, resistentes al viento, y de varillas de flor de cañabrava, especiales por lo livianas para sobrevolar por encima de nubes y tejados.
-Don Antonio –le pregunté una vez-. ¿Por qué saca ya cometas, si hasta ahora estamos en junio?
-¿Y…? –me contestó mientras le arreglaba el pico torcido a uno de sus pajarracos de papel.
-Que las cometas son en agosto –le dije.
-Mire, mi don. Usted puede escribir sobre los pesebres en marzo y yo no le digo nada. ¿Estamos?
-Sí, señor-. Capté el regaño: “Yo hago lo mío, cuando me dé la gana y nadie tiene por qué meterse en mis asuntos”. Sin embargo, se condolió de mi abatimiento y añadió: “Tranquilo. Es que a veces los vientos de agosto se adelantan y es mejor que no nos cojan con los calzones abajo”. Sonreí y me retiré, con el rabo entre las piernas, como dice el refrán.
Eso era antes. Ahora la cosa es distinta. Llegó junio, se fue julio, estamos a mitad de agosto y soplan vientos, a veces fuertes, pero por ninguna parte veo las cometas que sobrevolaban el firmamento cucuteño de otros tiempos. Los domingos, desde temprano, el papá y los hijos y los nietos arrancaban en pantaloneta, tenis, gorra y la cometa debajo del brazo, en busca de los cerros que rodean la ciudad: La Libertad, Cristo Rey, la Loma de Bolívar… El aire se llenaba de zumbidos –el zumbido característico de las cometas jugando con el viento-, y empezaba la danza de reflejos luminosos y bamboleos de colas como muchachas en el parque. Familias enteras armaban paseo con dos o tres cometas de repuesto, cuerda suficiente, papel, pegante, trapos para la cola, y en la mochila el pollo del almuerzo, preparado desde temprano. Salían de la ciudad y buscaban la dirección del viento para encaminarse al mejor sitio donde darle rienda suelta a la pasión de agosto: elevar cometas.
En octubre volvía a encontrarme con don Antonio, pero entonces en lugar de cometas vendía pesebres artesanales. Pesebres desde octubre, pero jamás tuve el atrevimiento de preguntarle por qué vendía pesebres cuando estaba tan lejana la navidad. En marzo comenzaba la venta de las cruces, los ramos y los sahumerios de la Semana Santa, y en junio volvía con las cometas.
Por eso es por lo que ahora me pregunto: ¿Qué se hicieron las cometas? ¿Sucumbieron también ante el progreso? La internet y los celulares acabaron con los trompos, los caballitos de palo y las pipas de cristal. Hoy todo son juegos electrónicos. El modernismo arrasó con las costumbres, las creencias, y las tradiciones. ¿Para qué libros, hoy? ¿Para qué diccionarios? ¿Para qué escuelas y maestros si con sólo oprimir un botón encuentran todas las respuestas y las enseñanzas a la mano? Chistes, tratamientos médicos, noticias, videos, historias, novelas, fotografías, ciencia, tecnología, juegos, nada escapa a ese aparatico que se lleva en el bolsillo o en la pretina.
Nadie entiende este mundo del carajo, que acabó con la ternura, el amor, la poesía, y hasta con las cometas.
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